Después de la guerra de la Independencia y la emancipación de las repúblicas iberoamericanas, en política exterior la actitud de España era la «de apartamiento, de no compromiso, de neutralidad», actitud que mudó con la llegada de la Unión Liberal (1858-1863) por la necesidad de mantener el statu quo como potencia y una política de prestigio que consolidara el trono de Isabel II.