Cuando, el 25 de marzo de 1519, Hernán Cortés cargó a la cabeza de sus jinetes contra los mayas chontales en los llanos de Centla, era sobradamente consciente de que estaba ante su primera batalla seria. Aquel nutrido ejército de guerreros emplumados y acolchados, que se contaba por millares, nada tenía que ver con los grupos de combatientes tribales con los que se había topado en las Antillas, ni con los fieros nativos que lo habían recibido entre zumbidos de proyectiles pétreos a su desembarco en Yucatán. Sin darse cuenta, Cortés estaba marchando hacia el primer gran encuentro violento entre el Viejo y el Nuevo Mundo.