En el siglo II a.C. la República romana era dueña y señora del mar Mediterráneo. Con una actividad conquistadora y colonizadora sin precedentes en su historia, caminaba hacia la configuración de un gran imperio llamado a erigirse en una de las bases de la civilización occidental. Dentro de sus planes, la península ibérica, Hispania, era un territorio clave, tanto por su posición geoestratégica como por sus recursos naturales y zonas de cultivo.