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SACRIFICIOS HUMANOS. SANGRE Y VIOLENCIA EN LA AMÉRICA PREHISPÁNICA

Marcelo Gullo
Antes de la conquista, los distintas pueblos o naciones que poblaban el continente eran enemigos los unos de los otros, estaban en guerra permanente y no los unía ni la lengua, ni la religión; no tenían casi ninguna costumbre común, salvo la de la realización de los sacrificios humanos. El famoso antropólogo Marvin Harris, insospechado de cualquier simpatía a favor de España, afirma: «Desde el Brasil hasta los Grandes Llanos, las sociedades indoamericanas sacrificaban ritualmente víctimas humanas con el fin de lograr determinados tipos de beneficios…Entre las sociedades grupales y aldeanas, el sacrificio ritual de prisioneros de guerra generalmente iba acompañado de la ingestión de la totalidad o de una parte del cuerpo de la víctima. Gracias a los testimonios presenciales ofrecidos por Hans Staden, un marino alemán que naufragó en la costa de Brasil a principios del siglo XVI, tenemos una vívida idea del modo en que un grupo, los tupinamba, combinaban el sacrificio ritual con el canibalismo. El día del sacrificio, el prisionero de guerra, atado a la altura de la cintura, era arrastrado hasta la plaza…Mientras tanto, las ancianas, pintadas de negro y rojo y engalanadas con collares de dientes humanos, llevaban vasijas adornadas en las que se cocinarían la sangre y las entrañas de la víctima. Los hombres se pasaban la maza ceremonial que se utilizaría para matarlo…Cuando al final aplastaban su cráneo, todos gritaban y chillaban. En ese momento, las ancianas corrían a beber la sangre tibia y los niños mojaban sus manos en ella. Las madres untaban sus pezones con sangre para que incluso los bebés pudieran sentir su gusto. El cadáver era troceado en cuartos y cocinado a la parrilla mientras las ancianas, que eran las más anhelantes de carne humana, chupaban la grasa que caía de las varas que formaban la parrilla». Resulta evidente que no existían en el continente americano factores endógenos suficientes que pudieran llevar, en el transcurso del tiempo, a la unidad cultural de los pueblos indígenas hasta conformar una ecúmene cultural medianamente homogénea. Además, los dos grandes centros de aglutinación política –el imperialismo incaico y el imperialismo azteca– habían llegado a los límites de su capacidad expansiva. Sin capacidad intrínseca para generar una unidad política, dispersos culturalmente y en un estado de conflicto casi permanente, los pueblos indígenas no estaban en condiciones de resistir a ningún nuevo invasor, proviniese éste nuevamente de Asia o del continente europeo…

(Fragmento del artículo de Marcelo Gullo en el próximo número especial)

 

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