Luis de Unzaga, figura clave en el nacimiento de los Estados Unidos

José Carlos Mena

 

Hace poco escribí un artículo titulado «Lo que le debe EEUU a España», en relación con todo lo aportado por la monarquía hispánica en el siglo xviii para que las trece colonias se independizaran de Inglaterra. Hombres, pertrechos, logística, pólvora, material, cañones y una serie de maniobras, militares y diplomáticas, para que se consiguiera aquel propósito.

Es mucho más de lo que se habla, de lo que trasciende. Cierto es que muchas personas participaron en aquellos hechos y pocas son las que se conocen. Poco a poco van saliendo a la luz protagonistas de aquellos hechos que bien merecen homenajes, libros o películas. O quizás un reconocimiento oficial por parte del Gobierno norteamericano, acostumbrado a olvidar esa ayuda y a menospreciar a sus aliados de antaño.

En la actualidad, y por méritos propios, se conocen las hazañas y logros del malagueño Bernardo de Gálvez y su ya histórico «yo solo». Su inestimable ayuda para afianzar las posesiones de La Florida y sus maniobras militares para atenazar al ejercito británico en la frontera fluvial del Mississippi. Fama que ha subido como la espuma, quizás de manera desmedida, tal y como explica el coronel y doctor de la Universidad de Málaga Pedro Pérez Frías.

Pero, sin desmerecer a nadie, se olvidan de otros que también participaron y dejaron su impronta. Algunos más importante, si cabe. Se me vienen a la cabeza nombres como Gardoqui o Juan de Miralles, entre otros; pero el verdadero protagonista, la cabeza pensante de aquel proyecto de independencia, el precursor de los Estados Americanos fue Luis de Unzaga y Amézaga. Es el verdadero olvidado, el que se merece cientos de homenajes, retratos en el capitolio y llenar las salas de cine. Hoy, con este artículo quiero hacerle un homenaje y procurar que se difunda su figura y su nombre, para que no caiga en el olvido y se le dé su verdadero sitio en la historia.

Don Luis de Unzaga nació en Málaga, tierra muy prolífica en grandes personajes, el 6 de abril de 1717, en el seno de una familia ilustre. Y pronto se destacó como militar, pues con trece años ingresó como cadete en el ejército y no dudó en participar en varias campañas, como la reconquista de Orán y algunas en Italia. En 1740 partió desde Guipúzcoa a América y combatió con tres fragatas de la compañía Guipuzcoana, enfrentándose a dos navíos ingleses. Gallardía, valor y una hoja de servicio de lo que sería un excelente militar, que no se arredraba ante el peligro.

Cuando desembarcó en Cuba siguió contribuyendo para afianzar las tierras españolas de ultramar. Constituyó el Regimiento fijo de la Habana, reorganizando las tropas supervivientes. Y, estando en la ciudad caribeña, fue nombrado teniente de guerra de Baracoa en 1744 y capitán de Puerto Príncipe en 1747 (con treinta años), donde reconstruyó la iglesia de la Merced. Eran épocas convulsas donde los ingleses podían atacar en cualquier momento, destruyendo pueblos y matando a sus gentes.

En atención a los méritos que fue cosechando, con tesón y valentía, fue elevado a comandante en 1753 en ese mismo regimiento. Y sin pensarlo, se lanzó a reformar la caballería. Siempre estaba pensando en cómo mejorar las condiciones del ejército y de los habitantes de aquellos lugares.

Sufrió el asedio inglés de La Habana, uno más de muchos, en 1762, y defendió la plaza con inteligencia y furor. En esas condiciones conoció a los irlandeses Alejandro O´Reilly y Oliver Pollock, con los que trabó una buena amistad, y con los que emprendió la aventura de socorrer las guarniciones españolas. Pero, no contento con defender con valor el pabellón español, se preocupó del bienestar de los soldados y de sus salarios, y así realizó una magnífica gestión para procurar aquel fin y que las tropas del Regimiento de Santiago de Cuba cobrasen. Aquella cuestión le valió el ascenso a coronel en 1766.

(Fragmento del artículo publicado en el número 8 de nuestra revista. Para leer más, haz click a continuación).

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