La conquista de la Península Ibérica fue una prioridad para los romanos durante la Segunda Guerra Púnica, y así lo seguirá siendo hasta el final de la guerra, pero las derrotas militares sufridas en territorio itálico ante los cartagineses, especialmente en Cannas, hizo que las posibilidades y los medios disponibles para desalojar a los africanos del solar hispano fuese insuficientes.
Después de la conquista de Sagunto, acontecimiento éste que precipitó la guerra entre las dos grandes superpotencias mediterráneas en el mundo antiguo, Aníbal pasó el invierno en su base de Cartago Nova, ultimando sus preparativos para poner en marcha un ambicoso plan que venía madurando desde hacía mucho tiempo. El año siguiente, el africano encabezó una épica marcha con un enorme ejército compuesto por más de 40.000 hombres que tras atravesar los Alpes cayó, de forma imprevista, sobre una indefensa Italia que, a partir de ese momento, se dispuso a sufrir para sobrevivir a tan ardua prueba. A pesar de todo, los romanos no se olvidaron de Hispania, incluso cuando la misma Roma llegó a peligrar ante el imparable avance de Aníbal por la península Itálica.
El Senado no dudó en enviar a Cneo Cornelio Escipión al mando de una poderosa flota y un ejército compuesto por dos simples legiones que poco podían hacer frente a las fuerzas de Cartago, que por aquel entonces alcanzaban los 26.000 hombres. Tras desembarcar en Ampurias, Escipión emprendió una rápida marcha para derrotar al pequeño contingente de Hannón y posteriormente ocupar la ciudad de Cesse, la futura Tarraco, por lo que se restableció la zona de influencia romana al norte de río Ebro. Esto es algo que no podían permitir los cartagineses, por eso enviaron una escuadra compuesta por 40 navíos de guerra hacia la zona de la desembocadura del Ebro, para ser nuevamente derrotados por unos romanos que desde ese momento se aseguraron el control del mar. Esta victoria animó a los senadores romanos, y por eso hicieron un nuevo esfuerzo enviando al hermano de Cneo, Publio Cornelio Escipión, con una nueva flota de más de 30 navíos y otros 8.000 hombres para reforzar la posición de Cneo que ya miraba descaradamente hacia el sur de sus posiciones originales.
El gran problema de los romanos fue la imposibilidad de recibir refuerzos, y por eso los Escipiones decidieron, a pesar de todo, restablecer las operaciones militares en la campaña del 216 antes de Cristo, aunque sólo fuese para no ofrecer la imagen de un ejército inactivo y a la espera de los acontecimientos. El hermano menor, Cneo, se puso al mando de las tropas terrestres y llevó a cabo una serie de incursiones sin demasiadas repercusiones, mientras que su hermano Publio ponía en movimiento la flota para acosar las posiciones púnicas en el litoral levantino y así dar una imagen de fortaleza ante los pueblos iberos, y atraerlos a su causa.
Mientras tanto, Asdrúbal trataba sobreponerse a los fracasos de las campañas anteriores, solicitando al senado cartaginés un esfuerzo complementario, con el envío de unos 4.000 soldados de infantería y 500 de caballería, mientras que él redoblaba sus esfuerzos para reconstruir la flota y así proteger sus posiciones defensivas en las islas y en los enclaves de las costa sudoriental de la península, claramente amenazadas como consecuencia de la aplastante superioridad naval de los romanos. Cuando nuevamente se sintió fuerte, Asdrúbal marchó hacia el norte y estableció su campamento cerca del de los romanos confiando, esta vez sí, en obtener un triunfo lo suficientemente importante para forzar a sus enemigos a abandonar sus posiciones y tener vía libre para marchar hacia Italia y reunirse con su hermano. Todo parecía ponerse a favor de los cartagineses, pero la situación volvió a dar un giro decisivo cuando el comandante de la flota púnica, que no había logrado perdonar la dureza con la que el general bárcida había tratado a los responsables militares de la flota por la derrota en la desembocadura del Ebro, marchó hacia el territorio tartesio y los convenció de la necesidad de revelarse contra la presencia de los Barca y del estricto control al que habían sido sometidas las tribus indígenas del valle del Guadalquivir.
Este episodio tuvo unas consecuencias inmediatas, porque Asdrúbal tuvo que posponer el ataque sobre los Escipiones, justo en el momento más propicio para conseguir un triunfo decisivo. Volviendo grupas hacia el sur, el general cartaginés obligó a sus hombres a someterse a unas agotadoras marchas para sofocar, lo más rápido posible, este peligroso levantamiento. De esta forma, y en pocas semanas, su ejército se encontraba con el de los sublevados, que presentaron batalla sin orden y sin ninguna estrategia planificada, por lo que fueron inmediatamente derrotados. A pesar de todo, ese tiempo empleado en devolver la tranquilidad a sus dominios fue el suficiente para perder la posibilidad de recuperar la hegemonía en Hispania. Ante esta situación, Asdrúbal recibió la orden de desplazarse hacia Italia, para reforzar la posición de Aníbal después de sus grandes victorias militares, pero la marcha de Asdrúbal no debía comprometer la seguridad de las posesiones de Cartago en Hispania, por lo que el Senado envió a Himilcón, junto con un nuevo ejército y una flota reforzada para defender los enclaves más estratégicos, entre ellos Cartago Nova, en el sureste peninsular.
La situación volvía a ser crítica para Roma, porque la unión de Aníbal con Asdrúbal supondría para la orgullosa República la imposibilidad de continuar ofreciendo una resistencia organizada para revertir una situación que ya muchos consideraban insalvable. La supervivencia de Roma dependía de la posibilidad de impedir la llegada de estas tropas de refuerzo desde la península Ibérica, por lo que volvieron a mandar nuevos contingentes para apoyar a los Escipiones, pero estos no llegarían hasta los últimos meses del 216 antes de Cristo.
En la campaña del año siguiente Asdrúbal, esta vez sí, se puso en movimiento para ver cumplido su sueño de reencontrarse con su hermano en Italia. Durante el invierno, mientras sus tropas ultimaban sus preparativos para superar esta nueva prueba, el general cartaginés había aumentado sus esfuerzos diplomáticos con la intención de conseguir que las tribus indígenas de la península pagasen un importante tributo para pagar a los pueblos galos y tener paso libre a través de los Alpes. La amenaza era lo suficientemente seria como para movilizar todos los recursos que Roma tenía en la península. Los Escipiones decidieron jugársela e intentar frenar el avance púnico hacia el norte, por lo que partieron hacia el Ebro, hasta encontrarse con las tropas norteafricanas al mando del mismísimo Asdrúbal.
La tensión fue grande, entre otras cosas por la repercusión que podría tener para cualquiera de los dos bandos una nueva derrota en un momento tan crítica de la guerra. Durante los primeros días, ambos ejércitos se dedicaron a tantearse, pero siempre respetando una mínima distancia de seguridad para no verse sorprendidos hasta estar totalmente preparados para la lucha, aun así no pudieron evitarse frecuentes escaramuzas entre ambos ejércitos.
La lucha era inevitable, y por eso ambos generales desplegaron todas sus tropas con la intención de ganar esta nueva partida en la larga guerra por Hispania. Los romanos decidieron no experimentar, estableciendo un orden de combate tradicional, con tres líneas de infantería en el centro y con la caballería en ambas alas. Asdrúbal, en cambio, tomó una decisión más arriesgada, al situar a los iberos, sus contingentes más débiles y de lealtad más dudosa, en el centro de la formación, estando los cartagineses a la derecha y los africanos a la izquierda, con la caballería y los elefantes delante de ellos, lo que no podía indicar otra cosa más que un intento de ataque en tenaza para envolver desde las alas al ejército enemigo.
Con lo que no contó el gran Asdrúbal fue con la reacción de los hispanos, los cuales se mostraron partidarios de ser vencidos en su propia tierra para no verse arrastrados hacia Italia si los cartagineses ganaban esta nueva partida que estaba a punto de iniciarse, por lo que nada más empezar el enfrentamiento decidieron retirarse y dejar el centro de la formación púnica totalmente desguarnecida. Los combates se centraron consecuentemente en las alas, allí donde los cartagineses tenían su mayor fuerza, pero al ver libre el camino los legionarios romanos agrupados en el centro marcharon hacia el frente con la intención de dividir a los cartagineses que, como no podría ser de otra manera, terminaron fragmentados en dos formaciones separadas y condenadas al fracaso.
La derrota púnica ya era inapelable, pero Asdrúbal tuvo al menos la habilidad de evacuar a la mayor parte de sus hombres cuando vio perdida la batalla, una decisión que le permitió al estado cartaginés no comprometer su presencia en Hispania, y eso a pesar de que con la victoria romana, y según palabras de Tito Livio, una buena parte de pueblos hispanos, excepto los ilergetes, se pasaron al bando latino: una buena noticia para Roma, pero aún menor que el hecho de haber conseguido evitar el envío de nuevas fuerzas hacia Italia. Desgraciadamente no hubo mucho tiempo para celebrar la victoria, porque en Italia la situación no iba a mejorar en los siguientes años, mientras que en el Oeste, a pesar de su victoria sobre el ejército bárcida, las tropas de los Escipiones se encontraban en un situación precaria, casi sin ninguna posibilidad de fortalecerse y aumentar la presión sobre un ejército púnico, ahora en claro retroceso.
Es ahora, en estos momentos, cuando se produce un episodio que se nos antoja fundamental para comprender el resultado final de la contienda, porque el gobierno cartaginés decidió enviar a España, unos refuerzos que tenían preparados para ir a Italia con el objetivo de ayudar a Aníbal. Según Tito Livio, este contingente estaba formado por 12.000 infantes, 4.000 jinetes, 20 elefantes y 60 barcos, dirigidos por Magón, que desde ese momento empezaron a recuperar el terreno perdido a pesar de los esfuerzos de los Escipiones por no verse desalojados del solar ibérico. La llegada de estos refuerzos volvió a desequilibrar la situación en favor de los africanos, especialmente en España, pero esta nueva posibilidad de imponerse a los romanos desapareció de golpe, como consecuencia de la rebelión en el año 214 antes de Cristo del númida Sífax. La revuelta puso en serios aprietos incluso a la propia ciudad de Cartago, por lo que Asdrúbal tuvo que recurrir a una buena parte de las tropas acantonadas en Hispania para atravesar el estrecho y terminar de una vez por todas con la amenaza númida.