Francisco García Campa
La Sanidad Militar durante el reinado de los primeros borbones representa uno de los grandes éxitos de la Ilustración en nuestro país. No solo se organizó la presencia médica en los nuevos regimientos, sino que se trató de mejorar la formación de los “matasanos” creando instituciones formativas, tanto de cirujanos como de farmacéuticos. Con la llegada a España de Felipe V, el ejército sufrió una revolucionaria reorganización al estilo francés, sustituyendo al tradicional tercio por los regimientos. En el aspecto sanitario, en 1702, antes de la aparición de los regimientos, se asignó un cirujano a cada batallón, mientras que, tras la Ordenanza de 1704, se se introdujeron los hospitales de ejército, formados por un doctor, un cirujano mayor, un boticario, dos ayudantes de cirujano mayor, doce practicantes y treinta mulas para transportar los equipos y heridos. Ya en 1710, en la Plana Mayor de cada Regimiento, se incorporó un cirujano mayor y un médico.
Con la aplicación de estas nuevas leyes, se regularon, de igual modo, aspectos administrativos y de profilaxis, mediante la “Instrucción que se ha de observar para el buen gobierno de los hospitales”, por lo que se establecieron registros de los pacientes, visitas periódicas de los médicos a los yacientes tanto por la mañana como por la tarde, tomando nota de la evolución del enfermo, y prohibiendo, salvo caso de excepción, que se compartieran camas “por el daño que se sigue de no estar separados”.
Por impulso de Juan Higgins, que llegó a ser protomédico (“el primero entre los de su clase y de quien todos recibían órdenes”) y primer médico de cámara del rey, se aprobaron en 1721 las «ordenanzas de hospitales”, que para muchos expertos representan el nacimiento de la sanidad militar como cuerpo. Pero será el “Reglamento y Ordenanzas que deben observar los ministros y empleados de los hospitales que están establecidos y se establecieran en las plazas, y así mismo en los que se ofreciere formar el Ejército, cuyo método y régimen manda su majestad se practique con la mayor observancia para el mejor desempeño de su real servicio” de 1739, el que regularía tanto la organización y funcionamiento de los hospitales fijos y de campaña como las funciones del director del hospital. El médico y el cirujano debían dedicarse solo a curar con los medios que le facilitaban los administradores, ayudados por un practicante de cirugía por cada cien enfermos. Un personaje interesante y algo siniestro de los hospitales era el asentista, que tenía el deber de proporcionar cama con jergón, camisón, ropa, luz, lumbre, comida y medicación, además de pagar a un enfermero cada veinticinco camas. A cambio, tenía el derecho a no pagar ciertos impuestos aduanas, y se quedaba con la grasa humana para medicinas.
Según las descripciones de muchos contemporáneos, así eran los sanitarios de la época: “Hombres sin talento, educación ni cultura que en la Armada y el Ejército hacían más estragos que el plomo y el acero del enemigo”. Para poner fin a esto y aumentar la formación profesional, el anterior reglamento establecía que estos hospitales tendrían un doble papel, asistencial y formativo, como los actuales hospitales universitarios. Debían impartir lecciones de Anatomía y Cirugía, Materia Médica, Botánica, Química y Farmacia Galénica, además de lecciones magistrales de Cirugía y disecciones anatómicas por parte del cirujano mayor.
Con este propósito de aumentar la formación de los sanitarios militares, se crearon los Reales Colegios de Cirugía. Fueron promovidos por Virgili, cirujano de Tierra, Lacombe, de la Armada, y el protocirujano Perchet. Se inauguró en Cádiz en 1748 el Real Colegio de cirugía de la Real Armada, siendo considerada la primera escuela formal de medicina en España. En 1752 se estableció un plan de estudios de cuatro años para los estudiantes que ya estaban cursando los estudios, mientras que para los futuros alumnos sería de seis años. En estos Reales Colegios, los alumnos, setenta por curso, estaban internos, con disciplina militar, muchas horas de disección y libros de texto modernos, en vez de los tradicionales que se empleaban en las universidades eclesiásticas. Esta frase de Pedro Virgili, uno de sus fundadores, da muestra de la importancia de la practica frente a la teoría: «Natura ingenium disecta cadavera pandit; plus quan vitae more taciturna docet» (la disección de cadáveres manifiesta la sabiduría de la naturaleza; más que la vida locuaz nos enseña la taciturna muerte).
Finalizando el siglo, en 1795, se puede decir que ya existía un cuerpo de cirugía militar como el de la Armada, con un funcionamiento moderno, que sería el que aparece en la obra con la que damos comienzo a este breve artículo. Os invito a leer el libro El ejército del rey, que trata sobre los olvidados soldados de la Ilustración, que, aunque muchos no lo sepan, tuvo en España uno de sus mejores focos de cultura y ciencia.