Laus Hispaniae
La formación de una identidad nacional solo puede entenderse como resultado de un proceso evolutivo, mediante el cual el Estado-nación establece una conciencia común y de solidaridad entre los ciudadanos que habitan dentro de sus fronteras. Curiosamente, en el caso español, se ha tratado de negar la existencia de una entidad política anterior al siglo XIX, a pesar de la evidencia de que, a partir de los Reyes Católicos, España emerge como Estado, y no como una simple unión dinástica como se nos ha querido hacer ver. Según Hipólito de la Torre, España “apareció como un nuevo ente comunitario, pre-nacional en el sentido de una cierta conciencia de identidad específica, que era percibida como tal desde el exterior”. En este mismo sentido, debemos recordar que en el siglo XV la monarquía se entendía como sinónimo de Estado y que, a pesar de no estar definido el concepto de nación, existía la percepción de una comunidad política entendida como el conjunto de derechos y obligaciones entre el rey y sus súbditos, en un territorio delimitado por unas fronteras más o menos permanentes. Bien es cierto que la monarquía hispánica se articuló sobre un principio de pluralidad, pero, igualmente, debemos recordar que tras el universalismo propio de Carlos I asistimos a un proceso de limitación de la identificación simbólica entre la monarquía y la España peninsular. Así, con los Austrias, se establece un espacio territorial en el que sus habitantes se sienten mayoritariamente españoles y desarrollan una cosmovisión, profundamente homogénea, que podemos catalogar como española.
Frente a los que en la actualidad cuestionan la historicidad de España como entidad política diferenciada (“España es una nación discutida y discutible” de José Luis Rodríguez Zapatero), otros han pretendido situar el origen de España en los lejanos tiempos de la monarquía visigoda, momento este en el que se produce la primera tentativa de crear un reino unificado en toda la península ibérica. Ciertamente, los visigodos ya tenían conciencia de una unidad política, cultural y religiosa tal y como observamos en la obra de San Isidoro de Sevilla: “de cuantas tierras se extienden desde el Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sagrada y feliz España, madre de príncipes y de pueblos”. Por supuesto, esta idea de unidad hispana pervivió en el tiempo y en el imaginario de los pueblos cristianos después de la invasión árabe del 711, pero, desde nuestro punto de vista, no será hasta el siglo XV cuando aparezcan los embriones de los primeros estados modernos. En España, los Reyes Católicos respetaron los fueros y privilegios de sus reinos, pero, en cambio, unificaron la política exterior, la hacienda real y el ejército. Según el hispanista Joseph Pérez, “a pesar de las diferencias políticas, existía una solidaridad indudable, compartían la idea de reconstruir la unidad política perdida. Los enlaces matrimoniales estaban destinados a recuperar la unidad peninsular y la boda de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, en 1469, puso los cimientos de este proceso”.