Laus Hispaniae
A finales del siglo XVII, el antaño poderoso reino de España languidecía después de una larga e intensa crisis económica, política y moral. La muerte sin descendencia del rey Carlos II provocó el estallido de la guerra de Sucesión, con la participación de las grandes potencias europeas, que lucharon entre sí con la intención de apoderarse de los territorios del debilitado imperio hispánico. Tras la firma de los tratados de paz, España pasó a convertirse en una potencia de segundo orden, fragmentada, humillada y sin ningún tipo de peso en la esfera internacional. Esta situación fue aprovechada por los ingleses, puesto que, para ellos, había llegado el momento de ver cumplido su antiguo sueño: arrebatar a España los territorios americanos y hacerse con el control de las rutas oceánicas. El final de la guerra de Sucesión supuso la aparición de una nueva dinastía en España que, frente a los gobiernos anteriores, tomó la acertada decisión de emprender las reformas que necesitaba el país. Tras un intenso proceso de centralización, se produjo una mejora de la gestión de los recursos propios y un evidente desarrollo en todos los órdenes (muy especialmente en la Armada), que permitió lo que en un principio parecía imposible: hacer frente a la todopoderosa armada inglesa. Durante el siglo XVIII, España fue capaz de construir poderosos navíos que empezaron a surcar los mares y que permitieron a España recuperar su poder naval. Uno de estos barcos fue el Infante don Pelayo, un navío de línea de dos puentes y 74 cañones, cuyo nombre religioso era San Pelayo.
Fue diseñado por José Romero y Fernández de Landa, siguiendo la tradición constructiva de Jorge Juan, y formaba parte de la serie de seis navíos que comenzaba con el San Ildefonso, llamados por ello ildefonsinos, con los cuales Romero de Landa sucedió a Francisco Gautier como principal diseñador de buques para la Armada española. Los navíos de Gautier eran típicamente franceses, y hacían énfasis en una mayor velocidad a costa reducir la manga, convirtiéndolos así en plataformas marineras inestables, con tendencia a meter bajo el agua la batería baja por la banda de sotavento, lo cual tendría consecuencias nefastas durante la batalla de Trafalgar. Romero de Landa buscó una solución intermedia, aumentando la manga al San Ildefonso, pero sin llegar a las proporciones de los astilleros ingleses. De esta forma, los ildefonsinos presentaron un equilibrio entre condiciones marineras y velocidad.
El Infante don Pelayo demostró ser un buque marinero, rápido y maniobrable. Construido sobre una quilla de roble, montaba un total de 74 piezas, y alcanzaba una velocidad máxima de unos 14 nudos con la carena limpia. Fue construido en La Habana en 1791 y entregado a la Armada Española al año siguiente. En su historial debemos destacar la participación del barco en la batalla del cabo de San Vicente el 14 de febrero de 1797, y sobre todo la heroica acción de su capitán, que acudió en auxilio del Santísima Trinidad, completamente rodeado de barcos ingleses, y consiguió salvarlo después de protagonizar un intenso duelo artillero contra fuerzas muy superiores. El Pelayo se interpuso en la línea de fuego enemiga, haciendo tiempo para que se fueran incorporando otros navíos españoles que acudían al mismo lugar, y provocando la retirada de los británicos.
Os invitamos a descargar el número especial de la revista Laus Hispaniae sobre la guerra de la Independencia. En este número podréis leer, entre otros, el artículo de José Luis Costa sobre el papel que tuvo la Armada en la guerra de la Independencia.