Martí P. Coronado
A las 11 horas del día 26, los barcos de guerra ingleses ya se encontraban cerca del San Ignacio de Loyola, y para colmo de males, pocas horas más tarde se produjo un chubasco que dejó sin viento al buque español, situación que fue aprovechada por la escuadra británica para ponerse en orden de combate e iniciar una desigual lucha contra su enemigo. La lógica invitaba a pensar que don Pedro Mesía terminaría rindiendo su barco, pero contra todo pronóstico hizo girar al Glorioso y cargó contra el Montagu al que dejó pegado a su aleta de estribor y, por lo tanto, en una excelente posición de tiro para ordenar abrir fuego sobre este bergantín que ante la ágil maniobra de su oponente y el daño sufrido en su casco, no tuvo más remedio que huir para no regresar al combate. El movimiento del español fue magistral porque al mismo tiempo había situado su barco al costado de babor de la fragata Lark, por lo que ordenó una descarga cerrada de todos sus cañones que provocó la destrucción de su mastelero de sobremesa. Sorprendidos por la audacia de los españoles, la tripulación de la fragata se dispuso a enfrentarse con el Glorioso, pero después de un intenso cañoneo que no duró más de cinco minutos, el oficial inglés, Crookshanks, decidió escapar y alejarse lo más rápidamente posible de la línea de fuego.Tras varias horas de lucha, la niebla cayó sobre el Glorioso circunstancia que bien pudo ser aprovechada por Pedro Mesía para dejar atrás a sus perseguidores, pero crecido por su victoria sobre los dos barcos ingleses, volvió a girar en redondo y se dirigió hacia el Warwick, mientras incansablemente animaba a todos sus hombres para armar de nuevo sus cañones y prepararse para la batalla. Cuando pasó por el costado de un navío inglés, cuya tripulación no pudo comprender la rapidez con la que el barco español había caído sobre ellos, toda la línea de cañones de la banda de babor estalló en un rugido ensordecedor que hizo estremecer al Warwick, mientras que la tripulación española disparaba una carga cerrada con la fusilería embarcada causando estragos entre los marineros británicos. A partir de ese momento, los dos barcos inician un intercambio de andanadas hasta las 3.00 de la madrugada de la jornada siguiente, en la que el capitán inglés Erskine no tuvo más remedio que emprender la huida…