José Bar Boó. Un genio olvidado por la historia

Jonathan Jacobo Bar Shuali

El 24 de febrero de 1994 la prensa española daba cuenta del fallecimiento de uno de esos ilustres artistas que, quizás, no tuvo en vida el reconocimiento nacional e internacional que hoy posee. Un reconocimiento que le pone a la altura de otros distinguidos creadores coetáneos, como Antonio López, Isabel Quintanilla, María Moreno, o Juan Navarro Baldeweg. Ese maestro es el arquitecto gallego José (Xosé) Bar Boó. Más que un arquitecto, se podría decir que Xosé Bar fue un artista, un innovador, que llevó su capacidad creativa, más allá del trazado de planos y del cálculo de estructuras, al diseño detallado de todos los componentes –interiores y exteriores– de sus edificios: fachadas, escaleras, persianas, mobiliario, decoración interior, etc. Y, además, también dibujaba y pintaba, desde ya una temprana edad. 

Xosé Bar nació en Vigo, el 25 de septiembre de 1922, en el entorno de una familia acomodada, de gran raigambre social y elevado nivel económico –tanto por parte de su padre, como por parte de su madre–, dedicada al mundo del cuero. Por línea materna, sus raíces familiares se hunden en Chantada, una villa de la provincia de Lugo, donde se encontraba la fábrica de curtidos y la casona familiar, cuyos restos aún se conservan, en una lamentable situación de semi abandono, a las orillas del río Asma. En línea paterna, Xosé era hijo de José Bar Vilaboa, un asentado empresario vigués, muy aficionado al deporte, que fue durante muchos años el alma del club de fútbol Real Fortuna, su presidente, entrenador y sostén económico. Equipo que, en el año 1923 y bajo su iniciativa, se fusionaría con el otro equipo de fútbol vigués, el Vigo Sporting, para dar nacimiento al actual Real Club Celta de Vigo; equipo del que, además de fundador, sería también presidente y patrocinador durante un tiempo. José Bar Vilaboa –Pepe Bar, como era más conocido entonces– murió joven, a los 43 años. La ciudad de Vigo y los aficionados al fútbol le dedicaron un monumento, financiado por una colecta pública y tallado por el escultor gallego Enrique Barros. Dado que los alrededores del estadio de Balaídos eran entonces un conjunto de campos de maíz, se decidió colocar el monumento dentro del estadio, bajo el palco presidencial y por donde salían los jugadores al campo. La inauguración del monumento, el domingo 30 de agosto de 1931, algo más de un año después de su fallecimiento, fue un acto masivo en el que participaron más de quinientos deportistas, además de todas las autoridades locales, y el estadio se llenó de público. Sucesivas y recientes reformas del estadio de Balaídos acabaron arrinconando y arruinando el monumento, ante la deplorable desidia e ignominia del Ayuntamiento vigués y del propio club Celta, que decidieron, con total ignorancia de su propia historia, atribuir el mérito de la creación del Celta a otras personas y arrinconar hasta el olvido la memoria de Pepe Bar y su extraordinaria contribución al futbol, y al deporte en general, de la ciudad de Vigo. Hoy, quien esto escribe, no tiene conocimiento del paradero de ese monumento sufragado por el pueblo vigués, que, posiblemente –en el mejor de los casos, se encuentre guardado en un almacén municipal o en algún museo secundario.

 

Mercado do Porriño, Pontevedra. 1970

Cabe destacar este aspecto de la historia de Xosé Bar, no solo porque refleja el ambiente familiar en el que se crió, sino también porque la primera imagen pública del insigne arquitecto es precisamente la que proporcionaron las fotos publicadas en la prensa local del acto de la inauguración de aquel monumento a su padre, en las que él aparece al lado de sus hermanos Antonio, que descubrió el monumento, y Ángela. Xosé tenía entonces 9 años.

En los años 50 y 60 del siglo pasado España comenzó a salir de su aislamiento y de la forzada “autarquía”, abriéndose poco a poco a las relaciones internacionales, a los intercambios económicos y al turismo. La tenue apertura hacia el exterior comenzó con el reconocimiento de los Estados Unidos y los Pactos de Madrid de 1953. En febrero de 1962 España solicitaría incluso la adhesión a las Comunidades Europeas; solicitud que, sin embargo, sería rechazada y que solo recibiría como compensación la firma de un Acuerdo Comercial Preferencial, en junio de 1970. Y, con esta apertura al exterior, los jóvenes españoles, comenzaron a interesarse por las corrientes culturales que se desarrollaban fuera de nuestras fronteras. Tras la postguerra, comenzaba a producirse una eclosión cultural que afectó a la música, la literatura, la filosofía, el cine, la pintura y también, desde luego, a la arquitectura. Así, las nuevas corrientes y estilos arquitectónicos fueron conocidos e influyeron en los entonces estudiantes y jóvenes arquitectos, como Xosé Bar.

Sin embargo, esta apertura produjo también un efecto devastador e indeseado, que afectó de manera especial a Galicia y también a otras regiones de España: le emigración. La reconstrucción económica e industrial de España era incapaz de absorber el exceso de mano de obra que huía del empobrecido medio rural y llenaba las ciudades. Sin embargo, el esfuerzo de reconstrucción económica, los Planes de Desarrollo y otras iniciativas “desarrollistas” no tuvieron un efecto inmediato en la renovación de la arquitectura. Por el contrario, el régimen del general Franco promocionó una arquitectura que se mantenía dentro de la ortodoxia “funcionalista y grandilocuente”, de estética cuartelaria, que chocaba con las ansias de renovación de los jóvenes artistas y arquitectos, que comenzaron también a tomar la vía de la emigración a otros países de Europa y América. En el caso de Xosé Bar, sus inquietudes artísticas le llevaron a abandonar el confort familiar y a iniciar un camino lejos de casa que le llevaría varios años. Así, Xosé Bar dejó Galicia y, como tantos otros jóvenes, se fue a Madrid, donde se matriculó en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, en la que se graduaría en 1957 y en la que obtuvo el doctorado en 1960. Pero él siempre pensó que debía devolverle a Galicia, y a su propia familia, lo mucho que estos le habían dado.

Es así como, apenas finalizada la carrera, retorna a Galicia y diseña su primera obra, que pasa a ser una de las más emblemáticas de su producción: el “Edificio Bar”, o “Edificio Plastibar”, en la calle Marqués de Valladares de Vigo (1957). Es simbólico en su obra, no solo por su original y funcional diseño, sino por ser una casa dedicada a la residencia de su familia –entonces su madre y dos de sus hermanos–, que tanto le habían ayudado en el comienzo de su carrera y que seguirían haciéndolo, de hecho, financiaron el proyecto. 

El edificio recibe el nombre de “Plastibar”, por ser ese el nombre de la empresa fundada por su hermano, Antonio Bar Boó, que se albergaba en las dos primeras plantas y en los dos sótanos del edificio. Antonio Bar, el cabeza de familia, con una gran visión de futuro, decidió dar un cambio a su orientación industrial. Pasó del cuero –al que se había dedicado la empresa familiar, “Casa Bar”, desde 1893– al plástico, fundando “Plastibar” a finales de los años 50. La empresa, que fue pionera en la introducción de materiales plásticos en la construcción y la decoración de edificios y también en la construcción naval, extendiendo sus sucursales por toda Galicia, desparecería finalmente en los años 90 del siglo pasado. Pero es simbólico también el hecho de que, años más tarde, el Colegio de Arquitectos de Galicia, del que Xosé Bar fue cofundador en 1973, se estableciese en la segunda planta de ese edificio.

Tras ese temprano edificio, seguirían otros muchos, como la casa Cendón (Coruxo, Vigo, 1958); el edificio de la Plaza de Compostela (Vigo, 1963), su segundo edificio de pisos, tras el edificio «Plastibar», al que seguiría el edificio Vicente Suárez, de la calle García Olloqui de Vigo (1972), quizás su obra «multivivienda» más conseguida; la Plaza de Abastos de Gondomar (Pontevedra, 1964), edificio incluido en el Plan Nacional del siglo XX; y, del mismo género, el Mercado de Porriño (1970); el Sanatorio Neuropsiquiátrico «El Pinar» (Vigo, 1965), primera construcción de este carácter en su obra, a la que seguiría su trabajo más importante en este terreno, el Policlínico CIES (Vigo, 1967), cuya estructura original ha sido recientemente modificada, alterando sustantivamente –y de manera negativa– la estética del edificio; la Iglesia Parroquial Nuestra Señora de las Nieves (Vigo, 1968), claramente influida por la obra de Frank Lloyd Wright y, del mismo carácter, la restauración del Santuario de la Peregrina (Pontevedra, 1981); o el edificio de los Juzgados de La Coruña (1985). Esta última resulta una obra extraordinaria que articula de manera valiente el diseño y la funcionalidad requerida por el objeto del edificio. Quizás el único lunar negro en su obra lo constituya la torre de apartamentos construida en la isla de Toralla (Vigo), un verdadero atentado paisajístico del que se desvinculó antes de su culminación y del que siempre abjuró con posterioridad.

La arquitectura de Xosé Bar está influida por diversas corrientes arquitectónicas, como la «pureza» de líneas y funcionalidad de la Bauhaus alemana, de Walter Gropius y Ludwig van der Rohe (en el comedor de su casa tenía sillas Wassily, o B3, del diseñador Marcel Breuer, director del taller de muebles de la Bauhaus, en Dessau, Alemania), pero también por el atrevimiento del diseño rompedor de arquitectos como Frank Lloyd Wright (1867-1959), por el que Xosé Bar expresa una especial admiración. Wright, arquitecto norteamericano, padre de la arquitectura orgánica moderna, edificó más de quinientos edificios de diverso tipo y función, entre ellos el Museo Guggenheim de Nueva York (1959) y la famosa Casa de la Cascada (residencia Kaufmann, en Stewart, Pennsylvania, 1939). Una de estas obras es una sinagoga de líneas singulares, la sinagoga Beth Sholom, construida en Pennsylvania en 1959, cuya influencia es patente en uno de los edificios emblemáticos, también de carácter religioso, de Xosé Bar: la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, en el barrio de Teis, en Vigo (1968). Trabajo que el arquitecto donó a la parroquia, ante su escasez de medios.

Xosé Bar inspiró su obra en tres factores principales. En primer lugar, la herencia celta del pueblo gallego, destacándose en varios de sus edificios las formas esféricas y circulares, como, por ejemplo, en el Policlínico Cíes (1967). En segundo lugar, el mar y los elementos marineros, que son apreciables, por ejemplo, en edificios como el de la Plaza de Compostela (1963) donde se puede observar claramente el puente de mando de un navío, o la Casa Horyaans (1972), donde se aprecia la gran chimenea de un barco. En tercer lugar, los materiales de la tierra, la piedra, el granito de diversas tonalidades, utilizados de una u otra manera en casi toda su obra, pero también el metal –fue pionero en la utilización generalizada del aluminio– y las cristaleras. Unido a esto último, la búsqueda de la luz, los grandes ventanales, del suelo al techo, muy necesarios en una región donde las nubes no son escasas y donde, sin embargo, la frecuencia de la lluvia y el frío hacían que esta solución arquitectónica no fuese utilizada hasta entonces. El edificio Plastibar (1957), el sanatorio neuropsiquiátrico El Pinar (1965), o el Policlínico Cíes (1967), son un claro exponente de todo ello.

En los últimos años de su carrera profesional, además de dar numerosas conferencias y seminarios, Xosé Bar fue uno de los profesores que pusieron en pie la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de A Coruña, fundada en 1973, y en la que sería nombrado encargado de curso de la Cátedra de Elementos de Composición, en 1985, y Profesor Titular en 1987.

El profesor Ricardo Beltrán llegó a describir al ilustre arquitecto del siguiente modo: «Alguien dijo que los hombres se dividen en dos clases, los que navegan y los que no. Pepe (José) Bar es de los que navegan con todo lo que significa». Y es que literalmente el arquitecto vigués navegaba en sus estudios e iniciativas. Tras una devastadora guerra civil que afectó a la sociedad, la economía y las infraestructuras del país, Xosé Bar quiso introducir en su obra un espíritu nuevo, cargado de modernidad y optimismo. Un nuevo humanismo basado en la innovación, la cultura y la democracia. Para Xosé Bar la arquitectura era un «arte superior» que debía realizar una función social y artística. Así, en su obra hay mucha construcción social, como el edificio del Patronato de Casas Militares de Pontevedra (1966), o el edificio de la Cooperativa de San José Obrero de Vigo (1969); edificios de utilidad pública, como la Plaza de Abastos de Gondomar (Pontevedra, 1964), el Mercado de Porriño (1970), o el edificio de los Juzgados, de A Coruña (1985); y también edificios de utilidad religiosa, como la ya mencionada iglesia parroquial de Nuestra Señora de las Nieves (1968), o la restauración que hizo del Santuario de la Peregrina (Pontevedra, 1981).

 

Iglesia parroquial Nuestra Señora de las Nieves. Teis, Vigo. 1962-68

Desde un punto de vista más técnico, en su biografía para la Real Academia de la Historia, Alicia Garrido define a Xosé Bar como «[…] un arquitecto erudito, un humanista filósofo de la arquitectura que, atraído también por la aeronáutica, dio un gran sentido dinámico-espacial a estructuras, volúmenes y formas, en especial las circulares. Fue un investigador infatigable del comportamiento de los materiales y del equilibrio entre la masa, la luz y el color. Al igual que Antonio Palacios, investigó con los materiales propios del país empleando en su arquitectura el granito rosa y gris de O Porriño en forma de «pastas», lo que llegará a ser uno de sus signos distintivos. Como diseñador e inventor, patentó una amplia gama de mobiliario multiusos y elementos constructivos: escaleras de muy variados modelos, diferentes tipos de persianas y un eficaz sistema de anclajes para sujetar los aplacados de piedra en muros trasventilados».

En este esfuerzo de «dinamización cultural», Xosé Bar estuvo muy bien acompañado por su esposa, Macamen Blanco, una aragonesa de Cariñena, farmacéutica de profesión, que le acompañó y apoyó durante toda su vida, desde que se conocieron como estudiantes en Madrid. Macamen era una mujer de extraordinaria cultura, lectora empedernida y feminista temprana, que le dio a Xosé ese complemento humanista y universalista que adornó toda su obra. Xosé Bar y Macamen Blanco tuvieron tres hijos, José, Óscar y Alfonso, de los que solo el primero, José, siguió los pasos profesionales de su padre.

Con el comienzo del auge industrial, la infraestructura era más necesaria que nunca. Desde 1950, tal como indican Fusi y Palafox, se trató de solventar las carencias manufactureras de 1940. Ello implicó un uso de materiales baratos y muchos de mala calidad, Bar Boó se opuso a este método. Aprovechando los nuevos Planes Nacionales de Vivienda y el relajamiento de la «autarquía» frente al comercio exterior, desarrolló las siguientes políticas en lo referente al ejercicio de la arquitectura en el norte peninsular. Ante todo, era primordial respetar el sentimiento identitario español y gallego, este ideal debía representarse en las construcciones llevadas a cabo. En segunda instancia, se estableció que la primera lengua del Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia fuera el castellano. Se debía lograr acercar la figura del arquitecto a la población: eliminar la idea del «arquitecto capitalista», establecer comités disciplinarios frente a la corrupción, cumplir y proteger las normativas urbanísticas y los Bienes de Interés Cultural (1985), no edificar tantas autopistas y respetar la naturaleza introduciendo una «arquitectura orgánica». 

En 1988 Xosé Bar fue reconocido como uno de los cincuenta mejores arquitectos de España y hoy su obra es objeto de estudio de numerosas publicaciones y trabajos académicos, dentro y fuera de España; y, como acabamos de ver, su biografía aparece recogida por la Real Academia de la Historia. A pesar de todo ello, pocos españoles saben hoy quién fue Xosé Bar. El Ayuntamiento de Vigo le dedicó una pequeña calle –Rúa Arquitecto Xosé Bar Boo– en un barrio alejado del centro de la ciudad. Y, sin embargo, Vigo y Galicia en general, le deben un mayor reconocimiento a uno de sus hijos de mayor relevancia internacional. Un hijo que siempre se manifestó orgulloso de sus orígenes y que llevó su tierra a su propia obra. Como dijo su colega y amigo, el también distinguido arquitecto vigués César Portela, en la obra Xosé Bar Boo Arquitecto (1996), «con la ausencia de Pepe Bar, Galicia ha perdido un gran hombre, los arquitectos un maestro». Hoy nos quedan sus edificios y, a través de ellos, los españoles podemos admirar la grandiosidad de un maestro, la genialidad de uno de los grandes olvidados por nuestra historia: José (Xosé) Bar Boó.

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