GOYA EN TIEMPOS DE GUERRA

Javier Martínez-Pinna

Cuando en 1808 las tropas francesas entraron en la capital española, Goya era ya un artista consagrado. Tenía por aquel entonces 62 años y había dado sobradas muestras de un desmesurado genio creativo que le llevó a convertirse en uno de los más influyentes pintores en la historia del arte universal. Aunando la originalidad del visionario y su capacidad para adaptarse a todo tipo de soluciones temáticas y formales, Goya fue capaz de anticiparse a movimientos futuros, especialmente en sus últimos años de vida, al avanzar, con su obra, lo que después plasmarán en sus cuadros los maestros de las vanguardias europeas e, incluso, la plena libertad creadora de los artistas del siglo XX. 

El periodo comprendido entre 1808 y 1814 fue uno de los más turbulentos en la historia de España, y también en la vida del genial pintor aragonés. Tras el levantamiento del 2 de mayo de 1808, empezó la denominada Guerra de Independencia. Debido a su edad, Francisco de Goya trató, en un principio, de mantenerse al margen del conflicto. Aun así, el desenfrenado empeño del artista por transmitir sus pensamientos y su visión de la realidad que le rodeaba hizo que le fuese imposible abstraerse de un mundo que parecía haberse vuelto loco.

Estos nuevos sentimientos se reflejaron, magistralmente, en su nueva serie de grabados sobre Los desastres de la Guerra, un alegato contra la barbarie y el caos en un conflicto que terminó convirtiendo a los hombres en bestias. En esta serie no detectamos la intención del artista por representar una lucha para honrar a los vencedores del conflicto, porque en muchas ocasiones no resulta fácil observar a qué bando pertenecían los que mataban o morían. A pesar de todo, Goya no disimuló su admiración por todos aquellos patriotas, gente sencilla, que decidieron alzar las armas para luchar por la libertad de un país herido, maltratado pero que, a pesar de tan adversas circunstancias, había logrado encontrar las fuerzas suficientes para levantarse contra el gigante francés. 

Este entusiasmo se manifiesta en un grabado que realiza después de su viaje a Zaragoza en 1808 a requerimiento de José Palafox, para celebrar la heroica defensa de la ciudad ante el asedio a la que se vio sometida por parte de las tropas napoleónicas. En el grabado (Qué valor) representa la hazaña de una mujer (Agustina de Aragón) en el momento de llevar a cabo la acción que la hizo célebre. Después de la muerte de los defensores de la puerta del Portillo, los invasores se prepararon para la toma definitiva de la ciudad española, pero cuando ya había empezado el asalto, Agustina consiguió disparar un cañón, matando a un buen puñado de franceses. La valentía de la joven heroína espoleó los ánimos de los vecinos de Zaragoza, los cuales se unieron a la lucha para rechazar, nuevamente, al enemigo francés. 

Tras asistir al sitio de Zaragoza, Goya pasó una temporada en su Fuendetodos natal, y después marchó hacia Piedrahita, en Ávila, donde, con toda probabilidad, pintó el retrato de El Empecinado. Esos meses fueron de relativa calma en la vida del maestro, aunque la tranquilidad no duró mucho tiempo. En mayo de 1809 se vio obligado a regresar a Madrid, debido a la petición de José I Bonaparte, quien exigió que de que todos los funcionarios del reino regresasen a la villa. Estando en la capital, Goya fue solicitado para realizar algunos retratos para la Corte y, al mismo tiempo, empezó a dar forma a sus grabados sobre los Desastres de la Guerra, en los que abundan las escenas de asesinatos y torturas, de una brutalidad hasta entonces desconocida en la historia bélica europea. Los españoles, ante la incompetencia y la cobardía de una buena parte de los mandos militares y de la clase dirigente del país, no tuvieron otro remedio más que lanzarse a una guerra de guerrillas, con la única intención de desgastar a un ejército francés cuyo dominio no pasó de las ciudades, porque el campo cayó bajo control de los principales líderes guerrilleros como Espoz y Mina, Juan Martín el Empecinado, Jerónimo Merino o Francisco Chaleco. 

La guerrilla consiguió convertir en un auténtico atolladero la ocupación francesa del territorio, y por eso Napoleón ordenó terminar con el problema de la forma más expeditiva posible. Francisco de Goya no pudo ser testigo de las escenas que cubrieron de sangre los campos españoles, pero dejándose llevar por su desbocada fantasía plasmó un mundo dominado por sus propios temores, en donde están presentes las visiones de muerte y el sufrimiento más allá de toda realidad imaginable. Es el caso de la lámina en la que aparece un hombre empalado en la rama de un árbol muerto, o el grabado en el que se pueden observar a dos individuos de uniforme abriendo las piernas a un condenado, mientras que un tercero le hiere con una espada en los genitales. Entre todos los grabados, uno llama la atención por su atrevimiento compositivo. Es la estampa número 30, Los Estragos de la Guerra, una obra que ha llegado a ser calificada como un claro precedente del Guernica, por el caos compositivo que presenta y por la aparición de cuerpos terriblemente mutilados y por la imagen del niño muerto con la cabeza invertida que nos recuerda al que aparece en el cuadro de Picasso. 

Durante estos años en Madrid, pinta Fabricación de Pólvora y Fabricación de balas en la Sierra de Tardienta, cuadros que aluden a la actividad de un simple zapatero, José Mallén, quien logró organizar una partida guerrillera que actuó en Zaragoza, poniendo en jaque a las tropas invasoras francesas. En estas pinturas vuelve a resaltar el carácter social de la guerrilla, como un esfuerzo colectivo de resistencia civil, llevado a cabo de forma igualitaria por el pueblo. 

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