EL LEGADO DEL HUMANISMO ESPAÑOL

 
Juan Pablo Perabá & Javier Martínez-Pinna
 
 
El humanismo en España se puede considerar el antecedente inmediato del siglo de oro. La práctica totalidad de los hombres -y mujeres- que protagonizaron este movimiento eran religiosos que pretendieron sustituir el teocentrismo medieval por el estudio del hombre y superar los preceptos inmovilistas de la época. 
 
A principios del siglo XX Albert Schweitzer, un teólogo alemán, ganador del prestigioso premio Nobel de la Paz del año 1952, escribió una obra fundamental para afrontar desde un punto de vista racional la historicidad de Jesús. Nos referimos a su Historia de la investigación de la vida de Jesús, en la que intentaba demostrar que la imagen de Jesucristo era fruto de los ideales, intereses y anhelos de unos teólogos que habían proyectado sus convicciones, para tratar de reconstruir la biografía del Jesús histórico. Para Schweitzer los verdaderos transmisores de la obra del Mesías fueron los partidarios de un nuevo sistema caracterizado por el apoyo a los grupos sociales más desfavorecidos, y por supuesto, los que se alinearon a favor de la concordia, la fraternidad y el perdón de los pecados, lejos de unas jerarquías eclesiásticas asociadas a los poderes políticos y a los grupos económicos privilegiados.
 
De esta manera, Schweitzer recuperaba los ideales del humanismo renacentista europeo y su interés por reformar una Iglesia que ellos consideraban una institución, cuyo único objetivo era ayudar a los hombres, recuperando el mensaje de los primeros cristianos y evitando las devociones desmedidas y las formas eclesiásticas tradicionales.
 
El humanismo europeo fue un movimiento intelectual, filosófico y cultural estrechamente ligado al Renacimiento y cuyo origen podemos situar en la Italia del s. XV, especialmente Florencia, Roma y Venecia. Cuenta como precursores principales, entre otros, con personajes de la talla de Dante, Petrarca o Bocaccio y bebe fundamentalmente de los grandes autores de la Antigüedad clásica greco-romana, cuya herencia pudo conservarse gracias al trabajo desarrollado en las bibliotecas monásticas por monjes eruditos humanistas, que recopilaron, estudiaron, conservaron y tradujeron unos manuscritos de la Antigüedad que, de otra forma, se hubieran perdido. También debemos destacar el esfuerzo e interés por recuperar restos materiales de estas culturas y así estudiarlos, para conocer la arquitectura o la escultura clásicas y, por extensión, todas la manifestaciones de aquel inmenso legado de sus –de nuestros- antepasados. Así, recrearon por ejemplo las escuelas de pensamiento y hasta el estilo literario, siendo así que disciplinas como la retórica, la gramática, la literatura, la filosofía y la historia recibieron un impulso importante.
 
Hubo factores que influyeron de manera decisiva en el surgimiento del humanismo y en su difusión. Uno de ellos fue la afluencia de sabios bizantinos que, ante el asedio de los turcos, emigraron a Europa occidental, especialmente a Italia, trayendo consigo textos griegos y fomentando el estudio de la cultura y la lengua griega clásica. Por ejemplo, podríamos citar a Manuel Crisoloras, erudito procedente de Constantinopla, que enseñó griego en Florencia.
 
Otro factor crucial fue la invención de Guttemberg. Qué duda cabe que la imprenta supuso un impulso enorme a la difusión masiva de las ideas del humanismo, y favoreció el surgimiento de un pensamiento crítico enfrentado al magister dixit o argumento de autoridad medieval. El mecenazgo, representado como figura más representativa por Lorenzo de Medici y su hermano Juliano desempeñó un papel favorecedor mediante la financiación y protección política de la cultura y el arte, el afán coleccionista y el aprecio por la cultura clásica. Fue durante el Renacimiento cuando prolifera la creación de universidades, escuelas y academias, con la finalidad de extender el conocimiento y el saber a un número cada vez mayor de individuos.
 
La imitación o recuperación del pensamiento y el estilo grecolatinos se produjo de dos formas: la llamada imitatio ciceroniana, que se centraba en un solo autor, Cicerón, como modelo de toda la cultura clásica, y que fue desarrollada sobre todo por los humanistas italianos, y la imitatio eclectiva, que prefería tomar lo mejor de cada autor, y que fue la preferencia de Erasmo de Rotterdam.
 
Erasmo es la figura más representativa del humanismo europeo del norte del continente. Llevó a cabo estudios filológicos y exegéticos del Nuevo Testamento, criticando las falsas devociones y ciertas desviaciones en la práctica religiosa, especialmente en lo relativo a las indulgencias. Mantuvo contactos con el cardenal Cisneros y una cierta amistad con Carlos I, así como con Luis Vives, siendo muy notable la influencia que ejerció sobre el humanismo español, donde contó con multitud de defensores.
 
Juan Luis Vives tuvo un papel destacado entre los humanistas españoles, pasando a la posteridad por ser el primer pensador que trató de llevar a la práctica un servicio organizado de asistencia social y por lo tanto por ser un auténtico precursor de lo que más tarde serán los servicios sociales en los países de la Europa Contemporánea.
 
Luis Vives nació en la ciudad de Valencia el 6 de marzo de 1492, año de especial importancia para la Historia de España. A pesar de pertenecer a una familia de ricos comerciantes hebreos, obligados a convertirse para no ser expulsados del reino, su infancia no fue del todo tranquila, porque siendo sólo un niño, la Inquisición descubrió a su familia en una sinagoga practicando la liturgia judía. El inicio del proceso inquisitorial contra los suyos no le impidió a Vives el acceso a la Universidad de Valencia, en donde permaneció desde el año 1507 hasta el 1509, iniciándose en los estudios de Gramática, pero la muerte de su madre, unida a la preocupación de su padre por el cariz que estaba tomando el juicio inquisitorial, provocó la marcha de Vives hacia un país extranjero.
 
En otoño de ese mismo año, Juan Luis Vives viajó hasta la prestigiosa Universidad de la Sorbona en París. Allí terminó sus estudios y alcanzó el grado de Doctor, para después trasladarse hasta Brujas, ciudad en la que estaban asentadas algunas familias de mercaderes valencianos, entre ellas la de Margarida Valldaura, con la que contrajo matrimonio. En esta bella localidad flamenca, Vives fue nombrado preceptor de Guillen de Croy (más tarde arzobispo de Toledo) y poco después pasó a formar parte del cuerpo de profesores de la Universidad de Lovaina, en donde trabó sincera amistad con el influyente humanista Erasmo de Rotterdam.
 
A pesar de sus preocupaciones por la delicada situación en la que se encontraba su padre en España, su carrera siguió progresando. En 1521 Juan Luis Vives conoció a Tomas Moro en Brujas, ciudad en donde estaban reunidos Carlos V y el Cardenal Wolsey, y posteriormente se convirtió en preceptor de la princesa María de Inglaterra, hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, labor que compaginaba con sus clases de humanidades en la universidad de Oxford. Nada parecía contrariar la suerte de un hombre cuya fama se propagó por las ciudades de media Europa, pero muy pronto el destino de Vives empezó a ensombrecerse.
 
En 1525, Enrique VIII se enamoró perdidamente de Ana Bolena, en la que buscó consuelo por la incapacidad de Catalina de Aragón para darle un hijo varón. Se inició entonces un proceso por el que el rey inglés trató de conseguir la nulidad matrimonial, que a la postre se convirtió en la excusa perfecta para la ruptura con el Papado. Como no podría haber sido de otra manera, Vives apoyó desde el principio a Tomas Moro y a la reina, razón por la que fue obligado a abandonar Inglaterra para volver a Brujas, en donde retomó sus contactos con el gran Erasmo y dio inicio a su época de mayor fecundidad literaria.
 
La tranquilidad de Vives no duró mucho tiempo, porque la desgracia y la injusticia no tardaron en golpear con fuerza a un hombre que hasta ese momento se había entregado a la causa del humanismo. En 1526 recibió la terrible noticia de la muerte de su padre, quien después de un largo y deshonroso juicio fue condenado y quemado en la hoguera por sus prácticas judaizantes. No contentos con semejante atrocidad, el tribunal inquisitorial ordenó desenterrar a la madre de Juan Luis Vives, fallecida en el 1508, para quemar sus restos mortales en el año 1529.
 
La muerte de su padre, y el denigrante trato que había recibido su añorada madre, provocaron una fuerte depresión anímica en el sabio español. Su salud pronto acabó resintiéndose pero aun así, Juan Luis Vives no abandonó su empeño de luchar por aquello en lo que él siempre había creído: la reforma de la Iglesia para recuperar los principios del primer cristianismo. Durante una nueva estancia en Brujas escribió su Tratado del socorro de los pobres, en la que refleja su sincera conciencia social al exigir ayuda económica y humana para los más desfavorecidos. También abordó la necesidad de renovar la pedagogía, convirtiéndose en un reformador de la educación europea y en un filósofo moralista con un enorme reconocimiento a nivel internacional, destacando su empeño por adaptar el latín de los textos medievales a un lenguaje más moderno y asequible para los estudiantes.
 
Su debilitamiento físico se hizo más evidente cuando empezó a sufrir continuos dolores provocados por una úlcera estomacal, acompañados por terribles dolores de cabeza que se agravaron después de conocer la condena a muerte a la que fue sometido su gran amigo Tomás Moro, por oponerse al divorcio del rey inglés y Catalina de Aragón. Para colmo de males, su situación económica empezó a resentirse progresivamente, lo que le llevó a buscar la protección de Carlos V, a quién terminó dedicando su obra De concordia et discordia in humano genere, en la que expone su talante conciliador, moderado y comprensivo, dentro del humanismo católico, de la que es considerado su máximo representante.
 
Los años fueron pasando, y su salud ya nunca mejoró. Los dolores provocados por la artrosis que padeció durante los últimos años de su vida le mantuvieron postrado en su lecho hasta el día 6 de mayo de 1540, en el que Vives moría en su casa de Brujas sin abandonar su proyecto, compartido con Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro, de ver a la Iglesia al servicio de los que más la necesitaban.
 
Al hablar del humanismo español es imprescindible hacer alusión al Cardenal Cisneros. Nacido en la localidad madrileña de Torrelaguna en 1436, hijo de padres hidalgos de la villa de Cisneros (Palencia), inició su carrera eclesiástica cursando estudios en Roa para después trasladarse a Alcalá de Henares. Continuó estudios de Teología y Derecho en Salamanca y posteriormente en Roma, donde perfeccionó su formación en administración eclesiástica. Tras morir su padre regresó a España. En 1491 se convirtió en arcipreste de Uceda, nombrado por el Papa Paulo II. El arzobispo de Toledo reservaba el cargo para un familiar, por lo que Cisneros acabó encarcelado. Liberado en 1480, fue trasladado por el cardenal Mendoza a la diócesis de Sigüenza. Más tarde se haría franciscano y cambiaría su nombre, Gonzalo, por Francisco. En 1492 fue recomendado por el cardenal Mendoza para el cargo de confesor de la reina. Fue a partir de ese momento cuando comenzó su influencia en la vida política española, influencia que llegaría hasta el punto de encabezar la regencia tras la muerte de Isabel la Católica, en donde destacó como un hombre de estado que supo compaginar su servicio por la mejora de la administración del reino con su interés por aumentar su ya de por si enorme erudición, hasta el momento de su fallecimiento en Roa (Burgos) en 1517, a los ochenta y un años de edad.
 
Cisneros encarna el prototipo de humanista que intentamos reflejar aquí: hombre intelectualmente inquieto, amante de la cultura, erudito y mecenas. Cualidades que encuentran su culminación en la Universidad de Alcalá de Henares, su gran obra. La idea empieza en 1488, cuando ya tiene la intención de fundar un Colegio Mayor, para lo cual solicita autorización al Vaticano. Ésta llegaría en 1.499 de la mano del papa Alejandro VI, que da el visto bueno a la creación de un colegio con las facultades de Teología, Artes y Derecho Canónico. Pedro Gumiel será el arquitecto del edificio que acogería el Colegio de San Ildefonso, así como de todo el complejo de colegios menores, hospederías, zonas de recreo y biblioteca. A esto se añadía un hospital para estudiantes pobres, formando todo ello una ciudad universitaria en toda regla. Tanto es así que el rey de Francia Francisco I llegó a decir: “Un solo fraile ha hecho en España lo que en Francia hubieron de hacer muchos reyes”.
 
Una de las grandes aportaciones del cardenal fue la conocida como Biblia Políglota Complutense, una de las obras cumbre del Renacimiento español, consistente en una edición de la Sagrada Escritura en sus lenguas originales. Inició los trabajos a partir del año 1504 y contó con la participación, entre otros, de Alonso de Alcalá, Pablo Coronel y Alfonso de Zamora para la parte hebrea y aramea y Demetrio Ducas y Hernán Núñez para la parte griega. También colaboró Antonio de Nebrija en la corrección de la Vulgata, el texto latino de San Jerónimo. El mismo cardenal diría de esta obra: “Aunque hasta el presente he llevado muchas empresas duras y difíciles por la nación, nada es más de mi agrado, por lo que debáis felicitarme con más efusión, que por esta edición de la Biblia”
 
Muchas otras figuras podrían citarse aquí como representantes del humanismo español, que lo que pretendió fue situar al hombre en el centro de la atención, sin pretender por ello apartar a Dios del debate intelectual. No en vano, la práctica totalidad de los hombres – y mujeres- que protagonizaron este movimiento eran religiosos, que pretendieron sustituir el teocentrismo medieval y la pura asunción de la autoridad ex catedra eclesiástica por el estudio del hombre como criatura dotada de dignidad propia que emana de condición de hijo de Dios, de ahí que muy bien podamos hablar de un humanismo cristiano.
 
En definitiva, el humanismo en España se puede considerar, sin duda, como el antecedente inmediato del Siglo de Oro, y un legado increíblemente valioso que debería ser preservado y divulgado para su conocimiento por esta generación y las futuras, máxime en el contexto actual de menosprecio de nuestro pasado histórico-cultural explicitado sobre todo en lo que se conoce como leyenda negra.
 
Artículo publicado en la revista Clío Historia, nº 197. Marzo de 2018.
 
 
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