Laus Hispaniae
En su nuevo cuadro, Augusto Ferrer-Dalmau rememora y rinde homenaje a los valientes legionarios que, llevando hasta el extremo el cumplimiento del deber, entregaron su vida voluntariamente en la defensa de lo que se conoció a partir de ese momento como “El blocao de la muerte». Con estas líneas queremos hacer lo propio desde Laus Hispaniae.
Fue sin duda una de las mayores gestas, de las más heroicas, de la historia de la Legión: la defensa hasta una muerte asegurada de una posición defensiva pequeña y rudimentaria, llamada “blocao” de Dar Hamed, situado en la ladera del monte Gurugú. Y ello porque no solo defendieron hasta dar la vida el enclave, sino porque hasta allí acudieron voluntarios compañeros suyos, en respuesta a la petición de refuerzos, a sabiendas de que muy probablemente correrían la misma suerte, como así ocurrió.
Bajo el mando del general Silvestre, la Legión había extendido de manera considerable el territorio bajo dominio español al sur de Melilla, pero de forma tan rápida que no se había podido dotar de defensas apropiadas a los nuevos territorios, ni tampoco de líneas de suministro de agua. Solo se pudo construir lo que se llamó “blocaos”, pequeñas y rudimentarias estructuras defensivas consistentes en casamatas de sacos terreros a mucha distancia unos de otros, que resultarían insuficientes para resistir los ataques del enemigo.
El general Silvestre pudo entender de manera traumática este hecho el 17 de julio de 1921, cuando Abd El-Krim atacó la posición española en Igueriben, al sur de Melilla y defendida por trescientos hombres, insuficientes para resistir, que fueron aniquilados sin piedad. A continuación, el líder rifeño se dirigió a Annual, donde se produciría el desgraciado episodio sobradamente conocido. Allí, los cinco mil hombres recibieron la orden de retirarse hacia Melilla, lo que resultaría ser la peor decisión posible. El pánico se apoderó de los hombres y el caos consiguiente provocó una desbandada general bajo el fuego enemigo, dando lugar al conocido “Desastre de Annual”. Diez mil compatriotas resultarían muertos entre los presentes en el lugar y los que acudieron en su auxilio.
Los rifeños prosiguieron su implacable avance hacia Melilla, pasando a cuchillo a todo español que osara interponerse en su camino, hasta alcanzar el monte Gurugú, situado a apenas tres kilómetros de Melilla. Allí, en el “blocao” de Dar Ahmed, un número reducido de legionarios se encargaba de la defensa, a pesar de que, por su situación estratégica, debía haber contado con un contingente mucho mayor. Por esta razón, el 14 de septiembre de 1921 una compañía del Batallón Disciplinario de Melilla recibió la orden de partir hacia allí con el fin de relevar a unos legionarios que llevaban ya demasiado tiempo y estaban agotados. Esta unidad estaba al mando del teniente José Fernández Ferrer. Por debajo en el escalafón se encontraban el suboficial Aquilino Cadarso y el cabo Sergio Vergara, oficiales de poco rango para la importancia estratégica de la posición.
Los rifeños se encargaron de no ponerles fácil la operación de relevo, castigándoles con un intenso fuego cruzado que hacía casi imposible acercarse al puesto que debían relevar. Aquí comenzó el infierno, la última batalla para aquellos heroicos legionarios, dispuestos a defender con su vida la posición que tenían encomendada. Apenas sin tiempo para cargar los fusiles ni tomar posiciones, durante la primera noche serían castigados de manera feroz por dos piezas de artillería y los fusiles de los rifeños, soportando un auténtico infierno durante más de doce horas.
En la mañana de día 15, una pequeña tregua en el fuego de obús marroquí fue aprovechada por Ferrer para dar la orden a uno de sus hombres de que corriera todo lo que pudiera hasta alcanzar la “Segunda caseta”, para desde allí pedir refuerzos. Así lo hizo, consiguiendo contactar con el Atalayón, la posición más cercana. Desde allí, el teniente Eduardo Agulla no dudó en presentarse voluntario para acudir en auxilio de sus compañeros hacia “El malo”, pero fue denegada su solicitud. En su lugar, le fue ordenado que reuniera un grupo de voluntarios. En ese momento se vio la madera de la que estaban hechos aquellos hombres, pues fueron tantos los que se ofrecieron que hubo que hacer una selección.
Los legionarios, al mando del cabo Suceso Terrero López, se despidieron de sus compañeros, conscientes de que con toda probabilidad no los volverían a ver. Algunos escribieron a sus madres y novias para despedirse de ellas. Uno de ellos, el soldado Lorenzo Camps, se dirigió a Agulla para pedirle que su última soldada fuera donada en su nombre a la Cruz Roja.
Llegaron por la tarde-noche a los aledaños del “blocao”, consiguiendo con gran esfuerzo acceder a “El malo” abriéndose paso a bayonetazos hasta las alambradas, donde dos de ellos cayeron heridos de gravedad. A duras penas lograron acceder a la posición. Allí deberían resistir con todas sus fuerzas, hasta la muerte si fuera necesario. Al caer la noche el fuego enemigo se hizo más intenso, pues los rifeños aprovecharon la escasa capacidad de los españoles de defenderse en la oscuridad. El teniente Fernández fue muerto, y le sustituyó el suboficial Cadarso, que también perdió la vida. Y a él el cabo Vergara, que continuó la defensa hasta morir, herido como estaba de cuatro balazos. Tras él, dirigió la defensa el cabo Terrero, dando ánimo a la tropa con vítores a la Legión y a España. Sus hombres defendieron el “blocao”, resistiendo heroicamente mientras no se agotara la munición, cosa que ocurrió las dos de la mañana del día 16. Todo estaba perdido.
A pesar de ello, ningún legionario se rindió, nadie sacó la bandera blanca. Como hombres de honor, valientes cumplidores del deber, aguantaron hasta que, sobre las tres y media de la mañana, un cañón, que los rifeños habían conseguido situar a unos cien metros del “blocao”, hizo fuego. Tras esto, el enemigo consumaba el asalto final, pasando a cuchillo a los pocos que aún sobrevivían. A partir de entonces, el lugar sería conocido como el “Blocao de la muerte”, siendo la primera posición defensiva que la Legión perdía. Este cuerpo militar de nuestro ejército había tenido la ocasión de grabarse a sangre y fuego su sobrenombre: los novios de la muerte.
2 comentarios
El nombre de los caídos de la Legión es conocido:
starían mirando, no disparaban, posiblemente por el asombro que les había causado la defensa, tan brava, que respetaban el acto de recoger aquellos despojos.
Cabo:
Suceso Terreros López
Legionarios:
Lorenzo Camps Puigredon
Juan Vicente Cardona
José Toledano Rodríguez
Manuel Duarte Sosa
Gumersindo Rodríguez
Juan Amorós Lenix
Francisco López Velázquez
Enrique García Rodríguez
Ángel Lorinz Berber
Francisco López Hernández
Rafael Martínez Rodenas
José Fuentes Valera
Félix de las Ajeras Alba
Antonio Martínez Villar
Pero están los 20 del Batallón Disciplinario:
El teniente Fernández
El suboficial Cadarso
El cabo Vergara
¿Y los soldados? ¿No lucharon ellos también hasta el final?
Gran trabajo. Muchas gracias Saludos