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Juan Pablo Perabá & Javier Martínez-Pinna.
En los últimos años, en las facultades de Ciencias y Medicina de la Universidad de Alicante, así como en medios hospitalarios, se asiste a un proceso cada vez mayor de experimentación y manipulación genética que atenta contra la biodiversidad y que puede acarrear la desaparición de algunas especies y la aparición de nuevos híbridos.
El afán de sabiduría es positivo; el intento de superación y de control de las funciones de la naturaleza en beneficio del ser humano es legítimo. La ciencia ha de avanzar, pero la cuestión fundamental es: ¿en qué dirección y bajo qué criterios? En primer lugar, debe contribuir a mejorar la calidad de vida del hombre sobre la Tierra y a compensar sus desequilibrios físicos y sus deficiencias, con miras a promover su bienestar y su felicidad. Y, en segundo lugar, a que el hombre pueda conocer mejor el Cosmos. El fin de la ciencia es el conocimiento, y el avance tecnológico su aplicación.
El hombre es naturaleza y atentar contra ella, contra sus valores, es atentar contra el conjunto de la humanidad. No es finalidad de la ciencia subvertir el orden de las cosas, ni fabricar otra realidad que satisfaga mejor nuestros caprichos o nuestros intereses. Sí los que sean dignos, correctos según la moral, o los que sean necesarios, pero no los que sean producto de la soberbia o el egoísmo. No saquemos a la naturaleza de quicio y, especialmente, respetemos al ser humano; no hagamos de su grandeza un mero experimento científico. No dejemos que su dignidad sucumba ante los proyectos degenerados de toda una sociedad que ha hipotecado su futuro ante el obsesivo y escalofriante impulso del mal entendido progreso.
Las últimas noticias de las que somos conscientes hablan de la posibilidad de aplicar los avances genéticos al proceso de la clonación, un procedimiento con el que se trata de crear seres humanos morfológicamente idénticos. Pues bien, existe algo llamado ética deontológica que nos dice hasta dónde podemos llegar. Y realmente, no podemos llegar a esto, a fabricar seres humanos a nuestro antojo. Sencillamente porque no es moralmente aceptable. Porque la dignidad humana no puede ser rebajada a la de un producto industrial. Estaríamos trastocando todo orden de la naturaleza, manejándola a nuestro capricho, aplicando una perspectiva miope que sólo viera el beneficio a corto plazo, sin ni siquiera plantearse las que tendría a largo plazo, entre otras, la pérdida de la noción de finalidad del progreso humano.
Por tanto, sobrepasar los límites que el sentido común y la moral plantean para el avance científico y tecnológico, no sólo no es bueno, sino que puede traer consecuencias no del todo concebidas hasta el presente en su auténtica dimensión: un vacío en el sentido de la ausencia de una concepción de la dimensión histórica y suprahistórica del hombre, de su función y de su finalidad. Esto, que puede parecer una elucubración exagerada o fuera de lugar, es desgraciadamente el auténtico fondo de la cuestión y el lugar donde únicamente podemos hallar una respuesta convincente a todo. El fenómeno de la clonación ya es viable científicamente. Mientras el hombre piense, o mientras le dejen hacerlo, siempre estaremos a tiempo de impedir que, como ser natural, como ser individual, digno e irrepetible, sucumba a los malentendidos y las contradicciones de un tipo de ciencia, mal entendida, que puede amenazar lo que somos en esencia. Por eso, es hora de plantearnos la pregunta: ¿hasta dónde podemos llegar?
Artículo publicado en el periódico ABC Alicante el 17 de abril de 1.997