CERVANTES, UN SOLDADO EJEMPLAR

Manuel Fuentes (fragmento del artículo publicado en el número 1 de la revista Laus Hispaniae).

Una vida dedicada al oficio de las letras puede opacar un brillante expediente militar, especialmente si pasas a la posteridad como el más alto exponente de tu lengua. La historia del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha está tan ligada a Miguel de Cervantes Saavedra como la insigne batalla de Lepanto, aquella que el Príncipe de los Ingenios memoraba como la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Su mano izquierda, recuerdo de por vida de aquel enfrentamiento contra los hijos media luna, le valió el apelativo del Manco de Lepanto. Lisiado, pero con honra, el de Henares llevó con orgullo aquella herida y continuó sirviendo al Rey Prudente de las Españas en el oficio de las armas, buscó romper las cadenas del cautiverio berberisco y fue artífice de las obras más primas de la literatura española, amén de su póstuma mortaja franciscana.

… Aquel día Miguel de Cervantes se encontraba bastante enfermo, pero aquellas fiebres no frenaron al de Henares, que pidió expresamente salir a cubierta junto a sus compañeros para entregarse de lleno en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. La galera Marquesa, en la que él iba a bordo, se encontraba casi al extremo del flanco izquierdo de la formación cristiana, justo la parte que se sufriría lo más duro de la batalla, pues debía aguantar la maniobra de envolvimiento otomana. Cervantes, a pesar de su estado, exigió a su capitán un puesto en primera línea, así lo atestiguaban el alférez Gabriel Castañeda y el soldado Mateos de Santiesteban en 1590, cuando ante notario juraron que el capitán le conminó a guardar reposo que pues estaba malo, no pelease y se retirase y bajase debajo de cubierta de la dicha Galera, porque no estaba para pelear. A lo que Cervantes respondió gravemente ofendido: Señores, en todas las ocasiones que hasta hoy en día se han ofrecido de guerra a Su Majestad y se me ha mandado, y servido muy bien, como buen soldado; y ansí, ahora, no haré menos, aunque esté enfermo y con calenturas; más vale pelear en servicio de Dios y de Su Majestad, y morir por ellos, que no bajarme so cubierta. Tomando estas palabras, el doctor Rodríguez González dirá que Cervantes sabía bien lo que era, lo que había hecho y lo que se esperaba de él como soldado. Así pues, se le asignaron unos 12 hombres para que cumpliera con la defensa del fogón y del esquife de la galera, baluarte y última resistencia en caso de abordaje. Cervantes se batirá con denuedo y energía, dejándose el alma por su vida y la de sus compañeros. Para las cuatro de la tarde se quemaron los últimos cartuchos de pólvora, los cañones comenzaron a callar y los aceros dejaron de tañer y escupir sangre. La cabeza de Alí Bajá, decapitada y ensartada en una pica, era exhibida con gran alarde en su propia nave a la vista de las embarcaciones cercanas. El ánimo de los otomanos se derrumbó con el mismo dramatismo con el que los bizantinos vieron caer las murallas de Constantinopla ante sus antepasados un siglo antes. La batalla había terminado.

La campaña de Lepanto se saldó para los otomanos con la pérdida de más de 200 embarcaciones (entre hundidas, quemadas y capturadas), unos 40.000 muertos entre los que se contaba el líder de la armada Alí Bajá y unos 8.000 cautivos. Por su parte, la Liga sufrió la pérdida de unas 13 galeras y alrededor 10.000 muertos (Una sociedad conflictiva: España, 1469-1714. Henry Kamen) , a los que Cervantes, con sincera camaradería, ensalzará diciendo que más ventura tuvieron los cristianos que allí murieron que los que vivos y vencedores quedaron. A este saldo caben añadir más de 8.000 heridos, entre los cuales se encontraba Cervantes, que defendiendo su posición recibió dos arcabuzazos en el pecho y uno en la mano izquierda. Fruto de estas heridas, la mano izquierda de Cervantes quedará inmóvil, anquilosada de por vida, aunque no por ello dejó impedido a su amo, ahora bautizado con el sobrenombre del Manco de Lepanto. No fue el único perjudicado, la pelea a bordo del Marquesa fue cruenta, además de otros 120 heridos, murieron 40 soldados, incluido el capitán de la galera Antonio de Sancti Petri.

Días después, Don Juan de Austria visitará el hospital de Messina, donde Cervantes se recuperaba junto a los demás heridos de la jornada que puso fin al mito de la invencibilidad turca. Allí conocerá al joven escritor, por quien se preocupó holgadamente al saber de su valor y en recompensa le concedió 3 escudos de ventaja mensuales a los que posteriormente se sumarían otros 22 al reconocérsele haber sido uno de los soldados más distinguidos de aquel día. Cervantes pasará casi 7 meses en el hospital y lejos de afligirse por su lisiadura y los estragos del combate, continuó sirviendo como soldado. Esta vez lo haría en el aguerrido tercio de Lope de Figueroa, el cual había absorbido los restos del tercio de Moncada -cuyo jefe ahora se encontraba en la Corte- y podía hacer gala de un historial bélico tan notable o mayor que el ostentado por el de don Miguel. En el tercio de Lope de Figueroa, Cervantes, ahora manco pero soldado viejo, recorrerá: Cèrigo, Modón y Navarino (1572), donde será testigo de cómo la galera Loba de Álvaro de Bazán aniquiló, en singular duelo naval cuerpo a cuerpo, a la del nieto del mismísimo Jeireddín Barbarroja; en 1573 fue protagonista de la toma de Túnez-La Goleta y al año siguiente embarcó en la expedición planeada por don Juan de Austria para socorrer a dicho enclave…

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