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BLAS DE LEZO. EL HÉROE DE CARTAGENA DE INDIAS

 

Martí P. Coronado

El final de la Guerra de Sucesión había supuesto la liquidación del imperio europeo y por eso la monarquía borbónica centró su atención en los magros beneficios que sus posesiones americanas podían ofrecer a una España que llevaba setenta años en claro declive. Los ingleses no quisieron dejar pasar la oportunidad de fortalecer su poder a costa de una nación que se desangraba como consecuencia de sus evidentes contradicciones sociales y económicas, pero fue precisamente en este contexto cuando aparece uno de esos personajes que con su sola presencia es capaz de cambiar el transcurrir de los acontecimientos.

Blas de Lezo y Olavarrieta vino al mundo el día 3 de febrero de 1689 en el barrio donostiarra de Pasajes. De su infancia es poco lo que sabemos, aunque no tenemos dudas al afirmar que se educó en un colegio francés hasta el 1701, momento en el que se enrola en la Armada Francesa como guardamarina debido, como ya vimos en páginas anteriores, a la profunda crisis naval que conoce España tras la muerte del rey Carlos II.

En este mismo año se iniciaba en Europa la Guerra de Sucesión, como consecuencia del problema sucesorio al trono español. El nombramiento como rey español de Felipe de Anjou, apoyado por la monarquía francesa, fue contestado por el resto de potencias europeas, encabezadas por Inglaterra, temerosos de la fuerza que podían adquirir España y Francia, ambas gobernadas por la dinastía borbónica. Durante este conflicto, Blas de Lezo empezó a demostrar sus cualidades militares y una valentía casi temeraria que le permitieron ascender rápidamente y convertirse, en un futuro no muy lejano, en uno de los marineros más valorados de la Armada Española. Su servicio en buques franceses se explica por el interés de los dos países aliados de intercambiar oficiales entre sus ejércitos para mejorar su formación, y así lo hizo Blas de Lezo cuando sirvió embarcado en el Foudroyant, buque insignia del conde de Toulouse, desde el mismo momento en el que se rompieron las hostilidades. Quiso la Historia que el joven oficial español tuviese su bautismo de fuego en la batalla naval de Vélez Málaga, la más importante de la Guerra de Sucesión, y que enfrentó a una flota anglo-holandesa dirigida por el almirante Rooke, con una franco-española al frente de la cual se encontraba el conde de Toulouse. A pesar del gran número de unidades desplegadas por ambos bandos, el resultado de este primer choque fue bastante impreciso, ya que entre otras cosas no se consiguió hundir ninguno de los grandes buques que durante horas intercambiaron un intenso fuego de artillería. De todas maneras, la peor parte parece que se la llevaron los ingleses, porque sus bajas fueron superiores a las franco-españolas (aunque en este punto no hay unanimidad entre los historiadores), a lo que se tuvo que sumar la gran cantidad de heridos, entre los que se contaba al propio Blas de Lezo del que se dice que luchó de forma ejemplar hasta que una bala de cañón le alcanzó en la pierna, provocándole una graves lesiones que hicieron inevitable su amputación.

Debido al valor demostrado en la batalla, reconocido entre otros por el conde de Toulouse, fue premiado con su ascenso a “Alférez de bajel de alto bordo” y lo más increíble de todo, con tan sólo quince años de edad. Su recuperación fue larga, pero Blas de Lezo siempre soñó con el momento de volver a embarcarse, y por eso no dudó en rechazar el cargo de asistente de cámara de la corte del rey español Felipe V. En 1705 se produjo su vuelta al mar, operando en diversos buques y participando en distintas campañas mediterráneas como en el auxilio de las ciudades de Palermo y Peñíscola, pero especialmente de Barcelona para el que se le asignó una pequeña flota para abastecer a las tropas borbónicas. Casi al mismo tiempo se le reconoce a Blas de Lezo un nuevo prodigio, el de la captura en 1707 y posterior incendio del buque inglés HMS Resolution, un barco de tercera clase y armado con setenta cañones, que fue derrotado por un barco francés de menor tonelaje, en el que nuestro protagonista servía como Alférez de Navío.

En julio de ese mismo año, las tropas imperiales del príncipe Eugenio de Saboya iniciaron el asedio de Tolón, en el sur de Francia, apoyados por la flota inglesa del almirante Shovell, que durante días bombardearon la ciudad. Hasta allí se dirigió Blas de Lezo, para participar en la defensa del fuerte de Santa Catalina, con tan mala suerte que tras el impacto de una bala de cañón en uno de los muros de la fortificación, una esquirla le impactó en un ojo hasta provocarle unas heridas internas que fueron irreparables.

Esta nueva demostración de valía le supuso el ascenso al grado de Teniente de Guardacostas en el año 1707. Con tan sólo dieciocho años Blas de Lezo había perdido una pierna, y también un ojo, pero nada parecía apartarlo de su sueño. Tras una breve convalecencia, el joven marinero vasco volvió a embarcarse en diversos barcos franceses y españoles, desde donde participó en la captura de nuevos buques ingleses, como el Content, pero especialmente del Stanhope, un gran navío de dos puentes y 70  cañones, con el que se habría enfrentado Lezo a bordo de una pequeña fragata en evidente desigualdad de condiciones. A pesar de que este hecho nunca ha sido aceptado por los autores ingleses, cuenta la historia que el oficial español evitó el combate de costado para no verse expuesto a la superior potencia artillera de los ingleses, prefiriendo abordar el barco por popa hasta conseguir su rendición.

Dos años más tarde, encontramos a nuestro protagonista combatiendo en Barcelona contra las tropas imperiales del Archiduque Carlos, esta vez al mando del Campanella, un barco que se sumó al asedio de la ciudad en los momentos finales de la Guerra de Sucesión. El 11 de Septiembre de 1714 se produjo un episodio fundamental en la vida de este insigne militar, cuando no se sabe muy bien si en un nuevo enfrentamiento contra las defensas costeras de la ciudad, o contra un barco inglés, Blas de Lezo recibe un balazo de mosquete en su antebrazo derecho, dejando su extremidad  sin movilidad durante el resto de su vida.

Ya nadie podía dudar de la osadía de este personaje cuya fama empezó a convertirse en legendaria entre los marineros que formaron parte de la tripulación de unos barcos españoles que, desde ese momento, empezaron a jugar su última partida para mantener la hegemonía en el mar de la vieja monarquía hispánica. Tuerto, cojo y manco, muchos empezaron a conocer a Lezo como medio hombre o patapalo, aunque a decir verdad no tenemos ninguna evidencia sobre la utilización de estos “motes” durante su vida.

Ni aun en estas condiciones, se planteó la posibilidad de rechazar el nuevo ofrecimiento de su rey Felipe V, cuyo gobierno le pidió su traslado hasta el continente americano al mando del buque Lanfranco, como parte de una escuadra enviada a los mares del sur para luchar contra los piratas y corsarios franceses que operaban en las costas pacíficas del Perú. Allí pasó muchos años, combatiendo contra unos criminales que amenazaban con romper las comunicaciones en una ruta cuyo control era fundamental para hacer llegar los cargamentos de plata hasta Panamá. Pero en su biografía también hubo tiempo para el amor, porque en tierras del Virreinato del Perú conoció a doña Josefa Mónica Pacheco Bustios y Solís, una joven criolla con la que contrajo matrimonio y formó una nutrida familia.

Con ella partió en 1730 de nuevo hacia España, un país que se esforzaba por recomponer su fuerza en el Mediterráneo. Pero para ello, era necesario dejar sentir su presencia en Italia, y hacer respetar los intereses de una España, hasta ese momento, en claro retroceso en el ámbito internacional. Como jefe de una escuadra naval, Blas de Lezo navegó hasta Génova, una ciudad empeñada en humillar a la antigua potencia, al negarse a saldar una deuda contraída de dos millones de pesos. Al frente de seis buques de guerra españoles, el oficial se presentó en la zona portuaria para posteriormente exigir a sus autoridades el homenaje a la enseña nacional y amenazar a sus autoridades con el bombardeo de la urbe si no le entregaban en el acto los fondos adeudados. Ante tan contundentes razones, el Senado genovés no se lo pensó ni un solo instante, y por eso a los pocos días, la escuadra hispana puso rumbo hacia Alicante, con una enorme cantidad de dinero para sufragar la siguiente campaña de la monarquía española: recuperar el estratégico enclave de Orán, el cual cayó con la decidida participación de Lezo.

Más lejos no se podía llegar. Su prestigio, al menos en esta ocasión, fue reconocido por el mismo Felipe V, tanto que le concedió el honor de utilizar la bandera morada con su escudo de armas, además del reconocimiento de su ingreso en la Orden del Espíritu Santo y la Orden del Toisón de Oro. Por si pudiese parecer poco, en 1734 fue ascendido a Teniente General y destinado a Cádiz, plaza desde donde saldría en 1737 hacia América para protagonizar una de las gestas más épicas en la historia de las armas españolas.

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