IMPERIOS ESFÉRICOS IBÉRICOS ANTE EL IMPERIO DEL CENTRO

Pedro Insua

De este modo, por la propia lógica expansionista católica, que busca globalizar la “santa fe”, los límites del imperio son continuamente desbordados, rectificados con su dilatación, siendo así que los límites del imperio español, sobre todo cuando la determinación de la “raya” de Tordesillas se vea difuminada (aunque no completamente borrada) con la anexión de Portugal en 1580 (Cortes de Tomar en 1581), terminarán por identificarse (o confundirse) con “los límites del mundo” en su conceptuación esférica: “Por esta reputación e imperio tan extendido, es el rey don Felipe nuestro señor el mayor monarca que ha habido jamás entre cristianos; [] los límites de su imperio son los límites del mundo; y juntando con su grandeza a Oriente con Poniente y al polo Ártico con el Antártico o el Norte con el Sur, enviando sus poderosas armadas y estandarte real a Angola, Congo, Monotapa, Guinea, Etiopía, Sino Arábigo, Sino Pérsico, a la Florida, Santo Domingo, Cuba, Méjico, Perú, Goa, Malachas, islas de Luzón o Filipinas, China y Japón, rodeando el universo sin embarazos ni estorbos.

El lema de Felipe II, “non sufficit orbis”, ilustrado con una esfera y un caballo al trote, acuñado en la misma línea del plus ultra carolino, y aun superándolo, habla sin duda de la conciencia que de ello tenían los monarcas españoles.

Por su parte, sin embargo, el Imperio chino, bajo la dinastía Ming (que sucede en el siglo XIV a la Yuan, de origen mongol), en fuerte contraste con esta escala “global” a la que tienden los imperios ibéricos, procura como sociedad política justamente reforzar sus límites, cerrándose sobre ellos (al modo del Imperio de Augusto), de tal manera que esos límites no sean desbordados (desde fuera, pero tampoco de dentro a fuera), buscando así la autosuficiencia sobre unos vecinos a los que, en cualquier caso, despreciaban al considerarlos como “barbarie”, cerrando los nexos de comunicación política (no tanto comercial) con ellos. Una situación esta, de cancelación y confinamiento sobre la propia frontera, en cierto modo atávica en China (lo que Ortega llamó justamente “tibetanización”), pero que, inspirada en la ideología confuciana oficial, se hace todavía más profunda bajo la dinastía Ming, quedando ya desde el s. XV neutralizado todo proyecto expedicionario de largo recorrido sobre el exterior (tras los viajes del eunuco Zheng He, que por otra parte era musulmán, las expediciones navales chinas cesan abruptamente). De este modo, González de Mendoza podrá decir, en el último tercio del XVI, que los chinos eran “muy temerosos del mar y hombres que no están acostumbrados a engolfarse”.

Fragmento del artículo de Pedro Insua publicado en el número 1 de la revista Laus Hispaniae.

 

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