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ARAGÓN. LOS ORÍGENES DE UN REINO

José Antonio Olmos

Tras la muerte del primer rey aragonés –como soberano independiente–, le sucedió en el trono su hijo Sancho Ramírez, quien tomó posesión de la ciudad, que fue reconquistada por el reyezuelo de la taifa de Zaragoza al-Muqtádir un año después. A pesar de ello, esta derrota no tuvo mucho significado para el reino aragonés, que ya estaba prácticamente consolidado. Tanto es así, que al-Muqtádir pactó con los primos de Sancho, los reyes de Pamplona y Castilla, para auxiliarse contra el aragonés. Viéndose rodeado, Sancho viajó a Roma, donde rindió vasallaje al papa Alejandro II a fin de garantizar la neutralidad de sus vecinos cristianos. En 1076, Sancho Ramírez ocupó el trono de Pamplona al morir su titular, Sancho IV de Navarra, lo que le granjeó una enemistad con el rey de León y Castilla Alfonso VI, que, además del trono, aspiraba a la conquista de Zaragoza, al igual que Sancho Ramírez. Tendría que intervenir el papado, concediendo la futurible conquista de Zaragoza a León, y Lérida a Aragón, por lo que el rey castellano puso sitio a la ciudad. Sin embargo, tuvo que levantarlo debido a la amenaza almorávide tras la conquista castellana de Toledo en 1085, siendo auxiliado por Sancho y restablecida así la amistad entre ambos, lo que le valió a este que Alfonso le adjudicara la conquista de Zaragoza. Despejada la pugna por los territorios de expansión, Sancho envió dos ejércitos: uno comandado por él mismo hacia Zaragoza y Huesca, con apoyo de navarros y bearneses, y otro al mando del infante Pedro hacia Barbastro y Lérida, con apoyo del conde de Urgell. Tras largos asedios, cayó Huesca en 1096, tras la batalla del Alcoraz –donde la leyenda cuenta que San Jorge se apareció para ayudar a los aragoneses–, Barbastro en 1100, Bolea en 1101 y Zaragoza en 1118, aunque Sancho no pudo celebrar ninguna de las tomas, ya que murió en 1094 ante las murallas de Huesca. Su labor insertó en el concierto de naciones europeas al reino, modernizándolo y aplicando una exitosa política expansiva, y dejando a su hijo Pedro un amplio territorio y un Estado consolidado.

Con la muerte de Sancho Ramírez, su hijo, el infante Pedro, le sucedió en el trono como Pedro I durante diez años, siendo quien hizo efectivas las tomas de Huesca, Barbastro o Sariñena. En 1097 combatió junto al Cid en la batalla de Bairén contra los almorávides, a los que derrotaron. En 1104 le sucedió su hermano Alfonso I, que heredaba un reino políticamente asentado y con poderosas defensas en los territorios pirenaicos, pero con grandes terrenos llanos recién conquistados en el sur que carecían de defensas efectivas, y un escaso número de soldados de caballería para hacer frente a sus homólogos musulmanes, además de poca maquinaria para proseguir sus asedios y una nobleza perezosa que ya no estaba muy interesada en la guerra expansiva. Es por eso que Alfonso optó por una táctica política: aprobó exenciones y privilegios para los nobles que apoyaran su expansión, creó cuerpos de caballería no nobiliaria, fundó la cofradía de Belchite (una especie de orden militar), actualizó el cuerpo legislativo, consiguió maquinaria de asedio y soldados del sur de Francia, donde le unían lazos de parentesco y amistad con nobles franceses, y consiguió del papa una bula de cruzada; todo ello con el objetivo de la conquista de Zaragoza, llave de todo el tramo medio del Ebro y el Bajo Aragón.

(Fragmento del artículo publicado en el número 4 de la revista. Para leerlo completo, pincha a continuación).

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