Con la muerte de Sancho Ramírez, su hijo, el infante Pedro, le sucedió en el trono como Pedro I durante diez años, siendo quien hizo efectivas las tomas de Huesca, Barbastro o Sariñena. En 1097 combatió junto al Cid en la batalla de Bairén contra los almorávides, a los que derrotaron. En 1104 le sucedió su hermano Alfonso I, que heredaba un reino políticamente asentado y con poderosas defensas en los territorios pirenaicos, pero con grandes terrenos llanos recién conquistados en el sur que carecían de defensas efectivas, y un escaso número de soldados de caballería para hacer frente a sus homólogos musulmanes, además de poca maquinaria para proseguir sus asedios y una nobleza perezosa que ya no estaba muy interesada en la guerra expansiva. Es por eso que Alfonso optó por una táctica política: aprobó exenciones y privilegios para los nobles que apoyaran su expansión, creó cuerpos de caballería no nobiliaria, fundó la cofradía de Belchite (una especie de orden militar), actualizó el cuerpo legislativo, consiguió maquinaria de asedio y soldados del sur de Francia, donde le unían lazos de parentesco y amistad con nobles franceses, y consiguió del papa una bula de cruzada; todo ello con el objetivo de la conquista de Zaragoza, llave de todo el tramo medio del Ebro y el Bajo Aragón.
(Fragmento del artículo publicado en el número 4 de la revista. Para leerlo completo, pincha a continuación).