Rafael Llorca
A la atención de Pedro Castillo.
Me disculpará si prescindo de un protocolo que desconozco. En mi casa procuraron enseñarme buenas maneras, pero los populismos tienen un efecto bumerán.
Leo que ha insultado a España y a su actual jefe de Estado en su primer discurso. Imagino que eso me incluye a mí y debería ofenderme. Pero, como procuro no incurrir en ese vicio tan hispano, por lo tanto también peruano, de entrar al trapo voy a hacer uso de la libertad de expresión y hacer una crítica constructiva. Doy por sentado que la respetará. ¿No es así? La libertad de expresión, quería decir.
No he escuchado su discurso, pues me pondría de mal café. Es lo que tiene no sentirse acomplejado por la historia de su país. Pero he sacado algunas conclusiones.
Crea que le entiendo. Yo también siento un genuino resentimiento por quienes han atacado en el pasado a quienes considero los míos. Piratas ingleses, asquerosamente idealizados, los gabachos que arrasaron España entera y que se piensa que con ellos habría habido desarrollo, pilotos fascistas italianos que bombardearon mi ciudad natal. Para qué seguir. He llegado a pensar en que se podrían hacer barbaridades entre sus descendientes. Pensamientos verdaderamente siniestros.
Pero, oiga, la realidad es que cada vez que he visitado esos países me he sentido muy bien tratado y he disfrutado con la tierra y con sus gentes. Lo mismo que con museos, libros, películas o canciones.
En realidad, todo esto son onanismos mentales. Pensamientos íntimos de alguien propenso a «darle vueltas al tarro» (si no lo capta, no dude en pedirme aclaración).
De verdad que le entiendo. Ahora bien, eso es un pensamiento. Y usted debe estar y actuar en la más preclara realidad. Lo ha elegido su pueblo para que lo gobierne. Y eso se hace mirando al presente y al futuro. No al pasado. De modo que mal empezamos. Ya sé que como político se debe a sus bases y estaría feo renunciar a su discurso indigenista. Incluso es posible que su ego se haya hinchado. ¿Se siente macho? Me alegro.
Vale. Es lo que hay. Ya ha galleado usted. Ahora toca lo verdaderamente esencial.
Le guste o no, España y Perú son naciones hermanas. Sí, eso he dicho. Es un hecho. Sus insultos a Felipe VI ¿los dijo exclusivamente en quechua? No, ¿verdad? Hubiera sido más coherente, pero habrían trascendido mucho menos. Pues ahí tiene una realidad que ninguna idealización de los orejones del pasado va a borrar. ¿A que me ha entendido?
Usted debe gobernar buscando el bien de todos los peruanos. ¡ACTUALES! Pizarro ya murió. Tratando de atacar su legado sólo va a dañar la situación actual.
De usted se espera que eleve el nivel de vida de todos. Hospitales, escuelas, infraestructuras. Que se pueda andar libremente por la calle o no se mire a la policía o a los militares como enemigos.
En el Imperio Inca, a un campesino humilde ni le habrían permitido levantar la vista ante el dios de su emperador y se habría deslomado arrastrando piedras por el impuesto de la mita. El oro ni olerlo, pero sólo comería conejillo de indias y trabajaría con llamas. Un poco de gratitud por vacas, caballos, escritura y un lenguaje que sirve en casi todo un continente.
Confío en que me haya entendido.
Después de todo, Atahualpa fue un pésimo estratega que en medio de una guerra fratricida descubrió que sus ideas teocráticas, tan útiles para sojuzgar al pueblo, se volvieron en su contra.
¡Incluso un cura había tocado al Inca!
Por el bien de todos, gobierne para los vivos actuales.
P.D.: Aclaro cualquier duda que sea capaz.